SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

El Nuevo Testamento: La fe de los Apóstoles

 

10. La persona de Jesús. Jesús y María
100 Después de hablar tantas veces mediante los profetas, Dios habló una última vez mediante su Hijo (Heb 1,1) cuando llegó la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). Jesús es el Hijo único y eterno (Col 1,13-15), el Verbo que es en Dios y es Dios frente al Padre (Jn 1,1 ; Ap 19,13).
101 El Hijo de Dios se hizo hombre (Jn 1,14 ). Jesús, hombre verdadero y no fantasma de hombre, ni Dios vestido de hombre, tomó la condición de esclavo y murió en cruz (Fil 2,6-11 ; Gal 4,4 ). Fuera de su Transfiguración (Lc 9,32 ) no se manifestó en su humanidad la Gloria que le correspondía como Hijo (Jn 1,14 Jn 17,5), sino que quiso madurar mediante el sufrimiento, como cualquier hombre (Heb 4,4 Heb 5,7-8 ). Desde el comienzo Jesús estuvo consciente de quién era (Lc 2,49  y Heb 10,5). Pero no por eso lo sabía todo (com. de Mc 6,2), y descubrió poco a poco las exigencias de su misión (com. de Lc 3,21 y Lc 9,31).
102 Jesús se ubica en nuestra historia. El Evangelio sitúa su nacimiento (Lc 2,1 y Mt 2,1; Jn 7,42); el comienzo de su ministerio público (Lc 3,1-2; Lc 3,22); su muerte en tiempo del gobernador Pilato y el Sumo Sacerdote Caifás (Jn 11,49). Nacido en Belén, se cría en Nazaret (Mt 2,23; Lc 4,16), donde trabaja; no sale para hacerse discípulo de algún maestro (Jn 7,15)
103 Jesús empieza predicando en las sinagogas (Lc 4,15; Mc 1,21) e inaugurando el Reino de Dios (Mc 1,15  y 110-118 ). Llega a reunir muchedumbres (Mt 5,1 y Mt 14,14). Después de un tiempo se produce una crisis (Jn 6,66) y Jesús se dedica a formar a sus discípulos (Mc 9,30) que formarán el núcleo de su Iglesia (Mt 16,16; Lc 22,24-32). Luego, se prepara para su muerte ( 130-138 ), que corona su resurrección ( ver 140-148 ).
104 Jesús hacía milagros, igual que los profetas, pero de otra manera que ellos, como quien tiene autoridad divina (Mc 4,35-38). Habla con autoridad (Mc 2,1-12;Mt 5,21; Mt 5,28; Mt 5,32). Fácilmente se coloca en el lugar que a Dios le corresponde (Mc 11,26-27 Mc 2,1-12; Lc 7,36-50; Mc 8,34-38). Afirma ser una sola cosa con el Padre (Mt 11,26-27; Jn 5,18; Jn 8,58; Jn 10,30; Jn 10,37-38).
105 Jesús se negó habitualmente a que lo llamaran hijo de Dios (Mc 3,11; Mc 5,7) porque este título se daba tradicionalmente a los reyes de Israel (2Sam 7,14; Sal 89,27) y Jesús lo era en forma muy diferente de ellos. Prefiere llamarse Hijo del Hombre (Mt 26,64) refiriéndose a Daniel 7,13 ( ver 65 ). Pero Pedro primero (Mt 16,16), y luego la Iglesia reconoció a Jesús como el Hijo de Dios (He 9,20). Ver 140-145.
106 El Hijo eterno del Padre no llegó del cielo a la humanidad, sino que nació de un pueblo, Israel, y de una mujer (Gál 4,4), María, asociada en forma única al designio eterno del Padre (com. de Lc 1,26). El que debía ser recibido por la «virgen de Israel» (Is 7,14; Sol 3,14; Za 2,14; Za 9,9), nació de una madre virgen (Mt 1,18; Lc 1,26  y com. de Mc 6,1). La fe y el consentimiento de María permitieron que se realizara en ella la obra del Espíritu Santo (Lc 1,45).
107 María interviene en el Evangelio: para la santificación de Juan Bautista (Lc 1,39), para que Jesús inicie su ministerio (Jn 2,Caná), para recibirnos como hijos adoptivos (Jn 19,25). Se habla de ella en el nacimiento y la infancia de Jesús (Lc 2; Mt 2). Dos textos nos obligan a reconocer que su grandeza no está en haber dado la vida a Jesús según la carne, sino en haber sido el modelo de los creyentes (Mc 3,31; Lc 11,27). La nombran en el primer núcleo de la Iglesia (He 1,14)
108 Estos son los textos bíblicos que nos ayudan a expresar lo que es María para Dios y para la Iglesia: Gén 3,15; Is 7,14; Cant 4,12-16; Pro 8,22-31; Jdt 13,18-20; Jdt 16,9-10; Ap 12.

 

 

11. Jesús proclama el Reino de Dios
110 Jesús empieza proclamando tiempos nuevos, anunciados por los profetas, tiempos de la gracia de Dios: Mc 1,14; Lc 4,21; Lc 4,19.
111 Jesús proclama el Reino de Dios (o Reino de los Cielos: Mt 5,1 y com. de Mt 6,9). Y sus milagros son signos de que este Reino de Dios ya está entre los hombres (Mt 11,26-27; Lc 17,21), con poder para sanar todos sus males: Mt 9,35.
112 El Reino de Dios significa que Dios ahora se da a conocer como Padre (Mt 6,1; Mt 6,9; Mt 6,18;…) y debe ser reconocido como tal por sus hijos (Mt 11,26-27). Toda la novedad del Reino está en un conocimiento nuevo de Dios (Jn 4,23), conocimiento del Padre (Jn 7,28-29) y del Hijo (Jn 17,3), que nos capacita para entrar en una relación de perfecta comunión con Dios (Jn 1,17; Jn 3,36), aquella misma que anunciaba (Os 2,21 ).
113 El Reino de los Cielos es proclamado primeramente a los pobres (Lc 4,18; Lc 6,20; Lc 7,22). Ellos entran primero (Lc 16,9) y tendrán un papel decisivo en la extensión del Reino: Lc 12,32-34; 1Cor 1,26; Stgo 2,5-7 No porque los pobres sean mejores, sino porque la fuerza de Dios se manifiesta mejor en la flaqueza humana (1Sam 17; 1Cor 1,29; 1Ma 3,18; 2Cor 12,9) y le gusta salvar lo que estaba perdido (Is 49,2; Lc 1,25; Lc 19,10). Rebaja a los orgullosos y llega a los humildes: Lc 16,15; 1Sam 2,3-8.

Es significativo que las primeras promesas del Reino sean para un rey fastuoso (2Sam 7,13; 1R 8,24), y las últimas para los pobres de Yavé (So 3,12; Za 9,9; Sal 132,15), creyentes oprimidos (Dn 3,30; 1Ma 2,7), explotados por los ricos y oportunistas (Sal 55; Sal 58; Sal 123,3). Estos acogen mejor el Evangelio (Lc 2,8; Lc 10,21; Lc 4,18).

114 El hecho de que Dios reine no significa que los hombres en adelante lo dejarán actuar: más bien actuarán con más libertad, liberándose de prejuicios (Mc 7,15; He 10,15 y He 10,34) y leyes (Lc 14,3; Col 2,16), preocupados por hacer fructificar sus talentos (Mt 25,14-30).
115 La salvación de los hombres no se hace desde arriba, exterminando a los malos (Mt 13,24; Mt 26,53), sino que es cosa sembrada entre los hombres (Mt 13,1; Mt 13,31), que crece lentamente (Mc 4,26 ), primeramente en las personas (Mc 4,14; Mt 13,44; Jn 3,3), y luego se hace realidad visible (Mt 5,14; Lc 12,32) que se concreta en la Iglesia (Mt 16,18).
116 Los contemporáneos de Jesús creían que el Reino empezaría después del Juicio de Dios, que separaría a buenos y malos (Is 1,25-28; Is 4,2-5; So 1,14; Mal 3,1-2; Mt 3,9-12). Jesús dice que este juicio no es para hoy (Mt 13,32; He 1,7). Sin embargo, desde ya los hombres se juzgan por su actitud frente al Evangelio (Jn 3,18-20; Jn 12,46). Los pueblos también: Lc 10,13; Lc 14,19; Mt 23,37.
117 Jesús se presenta en esto como el Enviado del Padre (Jn 6,29; Jn 10,36 ) y sus apóstoles descubren la relación única que lo une al Padre (Lc 11,1; Mc 1,35; Lc 6,12; Mc 14,37; Jn 4,31-34; Jn 16,32 ). Jesús dice: Mi Padre (Mt 7,21; Mt 10,32; Mt 16,17; Mc 25,34) y el Padre de ustedes (Mt 5,16; Mt 10,20). Nunca dice: nuestro Padre.
118 Para los judíos la conversión al Reino de Dios significaba a la vez: reconocer que vivían en un tiempo excepcional (Lc 12,54; Mt 11,21; Mt 12,41), y que debían superar la crisis que los dividía (Lc 12,57 ; Lc 13,5) aceptando esta nueva visión de Dios Padre y de una primacía de la misericordia (Lc 15) y la reconciliación (Mt 19,23).
119 El pueblo judío, en su gran mayoría, no se convirtió a este llamado (Mt 12,45; Lc 13,34) y facciones fanáticas lo llevaron a la catástrofe anunciada por Jesús (Mt 21,43; Mt 22,7; Mt 23,35-37; Lc 21,23 y Lc 23,28-31).

 

 

12. Jesús prepara su Iglesia
120 La Iglesia (He 9,31) y las Iglesias (Gal 1,22). La Iglesia de Dios (He 20,28) y las Iglesias de Dios (1Cor 11,16; 1Tes 2,14). La Iglesia es el pueblo espiritual de Dios. Iglesia significa: la Asamblea convocada por Dios, o la Asamblea de los elegidos de Dios. Estos son llamados también santos: las Iglesias de los santos (1Cor 14,33).
121 Para renovar Israel, y luego extender el Reino a las naciones (Mt 10,5; Mt 15,24), Jesús proyecta su Iglesia fundada sobre Pedro (Mt 16,18) y los apóstoles (Mt 10,1). Puesto que Israel en su mayoría no creyó, la Iglesia llevará la luz a las naciones y los convertidos de todas las naciones ocuparán los asientos desocupados al lado de los judíos que entraron con Jesús (Mt 8,10; Jn 10; Mt 21,43; Mt 22,9). En ella el Reino se concretará de alguna manera (ver com. de Mt 13,31).
122 A Jesús lo siguen discípulos que creen en él (Lc 6,17; Lc 19,37). Dentro de ellos escoge a quienes quiere (Mc 3,13; Jn 15,16) para que sean sus apóstoles (Mc 8,34). Ellos serán el núcleo de su Iglesia (Lc 22,28-30). Jesús les pide rupturas (Mc 8,34; Lc 9,57) y fidelidad total a su persona (Mt 10,37; Lc 14,25).
123 Jesús les enseña las bases de la convivencia en la Iglesia. El más grande se hará servidor de los demás (Mc 10,43; Mt 18,6 y Mt 18,10). Ninguno se hará Padre, Maestro o Doctor, sino que la autoridad respetará la igualdad fundamental de todos y su relación directa a Dios (Mt 23,8). La Ley suprema será el amor (Jn 13,34-35 y Jn 15,12-14). El amor se manifestará primeramente en el perdón (Mt 18,21 y Mt 18,23) y la preocupación por unir (Jn 17,21). Las decisiones de la Iglesia serán ratificadas por Dios (Mt 16,19  y Mt 18,18).
124 El crecimiento del Reino dentro de un mundo que rechaza la luz es fuente de conflictos y traerá persecuciones a la Iglesia (Lc 12,49-53; Jn 15,18-25; Mc 13,13; Mt 5,11; Ap 12,13-18). La primera crisis histórica será la guerra romana que finalizará con la destrucción de Jerusalén (Mc 13,5-31). Ver com. de Mt 24. Otras crisis seguirán hasta la última que verá la vuelta de Cristo y el Juicio: Mt 16,27; He 3,21; 1Tes 4,16; Mc 13,24-27; 2Tes 2; Ap 19,11-21 Ap 20,7.

 

 

13. El Sacrificio de Jesús
130 La muerte de Jesús no es un accidente en su vida (Heb 10,5). Desde el comienzo, él se preparó para enfrentarla (Mt 20,28; Jn 11,9; Jn 12,27). La anunció repetidas veces (Mc 8,31; Mc 9,9 Mc 9,30; Mc 10,32; Lc 13,31). Se hizo totalmente responsable de ella (Jn 10,28-30; Jn 19,30), sabiendo que esta Hora era la de su triunfo (Jn 7,6-8; Jn 12,31; Jn 17,1-2).
131 El sacrificio de Jesús es como una segunda revelación de la justicia de Dios (Rom 3,25-26), que viene a completar la del Antiguo Testamento. El Dios castigador echaba fuera a los pecadores (Gén 3,22-23); Dios hecho hombre sana a los malos aceptando que lo rechacen (Jn 1,11; Mt 21,37). El Dios libertador demostraba su soberanía (Ex 15; Dn 4 y Dn 5); Jesús escoge el último lugar para salvar (Mt 20,28).
132 Los que fueron víctimas de la sociedad son los que después de muertos tienen mayor poder para inquietarnos. Jesús escoge el último lugar (Fil 2,8) para después llevar al arrepentimiento a la sociedad que lo condenó (Za 12,10; Jn 19,37; Ap 1,7) y, con eso, atrae a todos hacia él (Jn 12,32).
133 Desde los orígenes de la humanidad los hombres ofrecían sacrificios. El holocausto (eso es víctima totalmente quemada) expresaba la total sumisión a Dios: Lev 1,1; 1Sam 15,22; Sal 51,18; Heb 10,6-7. La sangre derramada expiaba los pecados (Lev 5; Lev 17,11; Heb 9,22). Las víctimas que se comían en un banquete de comunión hacían beneficiar a los participantes de la santidad divina (1Cor 10,18). El sacrificio del cordero renovaba la alianza de Dios con los suyos (Ex 12; Sal 50,5).
134 La muerte y resurrección de Jesús constituyen el nuevo y definitivo sacrificio que reemplaza a todos los demás (Heb 7,27; Heb 9,25). Por eso, Jesús es llamado Cordero de Dios (Jn 1,29). Su sacrificio se identifica con la Pascua Nueva (Pascua significa: Paso) que lleva a la existencia santa y definitiva (Lc 12,50; Lc 22,16; Rom 6,4; 1Cor 5,7, com. Mc 15,16).
135 El sacrificio de Jesús le permitió alcanzar su perfección y recibir las dotes que hacen de él el Jefe y la Cabeza de la humanidad (Is 53,11-12; He 2,33; Heb 2,10; Heb 5,7) Ver 203.
136 Su muerte dolorosa con efusión de sangre consigue el perdón de los pecados de toda la humanidad (Is 53,10; Mt 26,28; Rom 3,21; Rom 5,9; Rom 5,19; Rom 8,3), nos reconcilia con Dios (Rom 5,10; Rom 5,20; 2Cor 5,17; Col 1,21), nos rescata (1Pe 1,18), nos da la libertad (Rom 7,4; Ef 1,17), inicia un proceso que lleva a la solución de todas las contradicciones que hay en el universo (Rom 8,19; Ef 2,16; Col 1,20).
137 El sacrificio de Cristo nos manifiesta el amor de Dios, que es tanto generosidad del Padre (Rom 8,3; Jn 3,16; 1Jn 4,10) como obediencia del Hijo (Mc 14,36; Rom 5,6; 1Jn 3,16). En el corazón abierto de Jesús (Jn 19,34) contemplamos el secreto del amor de Dios, que quiso deslumbrarnos con su capacidad de entregarse totalmente para restaurar la confianza en su creatura perdida (Rom 5,8).
138 La muerte y la resurrección de Jesús nos enseñan el sentido de nuestra propia vida: el que sacrifica su vida la lleva al nuevo nacimiento (Lc 17,33; Jn 12,24-26; Jn 16,21; Jn 17,9). Nos indican las exigencias del amor verdadero (Jn 15,13) y del apostolado (2Cor 6,3-10; 2Cor 12,14) y el valor de nuestras pruebas (Jn 15,2; 2Cor 12,9-10).

 

14. La Resurrección. Jesús Señor de la Historia
140 Jesús ha resucitado, conforme lo había dicho (Mc 9,9-10); conforme a las Escrituras (Lc 24,25-27; 1Cor 15,4; He 2,30). Las manifestaciones de Jesús resucitado en Jerusalén y en Galilea: Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20 y Jn 21; 1Cor 15,5-8.

La Resurrección tiene dos sentidos: Jesús ha vuelto a la vida (Lc 24,5; He 2,24) y Jesús ha sido glorificado, o exaltado (Jn 17,1; He 2,33; He 3,13). La última manifestación de Jesús (o Ascensión) expresa este segundo aspecto de la resurrección (Mt 28,17-20; Lc 24,50; He 1,9).

141 Al resucitar Jesús, su humanidad acabó de ser transformada por las energías divinas, recibiendo en plenitud la vida que el Padre comunica a su Hijo (Jn 1,14; Jn 17,1; He 2,32; Rom 1,3). Jesús ahora es reconocido como Hijo de Dios. Siendo el Hijo resplandor del Padre (Heb 1,1), Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, es en este universo creado, la manifestación del Dios Invisible (Jn 14,9; Col 1,15). En él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento (Mt 12,41-42; Mt 23,35-36; Jn 8,56; Ap 5). El es, ahora en cuanto hombre, la cabeza de toda la creación (Col 1,18), superior a toda criatura, material o espiritual (Heb 1,4-14).
142 Jesús ha salido de Dios (Jn 13,3; Jn 16,27; Jn 17,8) y vuelve al Padre por su muerte y resurrección (Jn 16,28) para que llegue a su perfección la relación filial que lo une al Padre (He 2,33; Rom 1,4). Para expresar su fe en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, un solo Dios con el Padre, la Iglesia lo llama Señor. De los dos nombres que designaban a Dios, Dios y Señor, reservó el primero para el Padre, y el segundo para Cristo (ver Rom 10,9; Fil 1,11; com. de Jn 11,2; Jn 13,2; Jn 20,2).
143 Jesús reemplaza la figura del Dios-Soltero por la del Dios-Comunión. Comunión entre el Padre y el Hijo (Jn 1,1; Jn 1,18; com. de Jn 5,19; Mt 11,26; Jn 13,32; Jn 17). Comunión en el Espíritu Santo (Jn 14,16; Jn 15,26).
144 La Iglesia de los Apóstoles bautiza en el nombre único del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19) y reconoce un solo Dios con tres Personas divinas, al que llamamos Santísima Trinidad: 1Cor 6,11; 1Cor 12,4; 2Cor 13,14; Ap 1.
145 Jesús resucitado es ahora Señor de la Historia: es decir que domina y dirige las fuerzas materiales y espirituales, visibles e invisibles que plasman nuestra historia: Jn 12,31; Ap 1,18; Ap 6; Col 1,18 ; Col 2,10; y com. de Mc 16,9. Pablo muestra a Cristo superior a las Fuerzas celestiales que, en aquel tiempo, eran consideradas dueñas del destino y de la historia de los hombres (Ef 1,10; Ef 1,29; Col 11,6). Este dominio de Cristo significa que la humanidad ha llegado a su mayoría de edad (Gál 4,3-5).
146 En adelante la salvación se hace por el Nombre de Jesús, o sea, por el poder divino (Fil 2,9-10) que irradia de su persona (He 4,30; 1Jn 2,12; com. de Mc 16,17). Toda obra salvadora proviene al mismo tiempo de Cristo y del Espíritu (1Cor 12,4-6; 2Cor 3,16-17) y es atribuida a Cristo Señor o a su Espíritu (Jn 6,35-36; Jn 7,38-39; Mc 9,38; Lc 11,20; Ef 4,7; 1Cor 12,7).

 

15. La Nueva Creación, el don del Espíritu, el Misterio de la Reconciliación
150 Jesús no vino solamente para reparar los pecados de los hombres, sino para rehacer nueva la creación (Jn 5,20). Esta nueva creación se realiza mediante el don del Espíritu Santo (1Cor 15,45). Esta obra significa antes que nada una resurrección de las personas y una reconciliación universal (Jn 5,21).
151 La violación del sábado por Jesús (Mc 2,28 y Jn 5,29) y el reemplazo del sábado por el domingo (ver com. de He 20,7) significa una voluntad de reordenar la primera creación en seis días (Jn 5,17y com. de Gén 2,; Ap 3,14). Cumpliendo lo anunciado por los profetas (Is 25,6-10; Is 32,15-20; Is 65,17-19; Ez 37; Ez 47,1-12). La muerte de Jesús expresa la muerte de todo lo anterior a él (2Cor 5,14; Gál 2,19). Se perdonan los pecados (Rom 6,10; Heb 9,28). Las leyes y el culto del Antiguo Testamento son como transfiguradas en Jesucristo (Rom 7,4; Gál 4,5; Gál 5,4; Col 2,16).

Se niegan todas las distinciones de sexo, de clase y de nación (Gál 3,28; Gál 6,15; 1Cor 12,13; Col 3,11). Somos criaturas nuevas (2Cor 5,17; Gál 6,15; Col 1,15; Ef 2,10; Ef 2,15), que tienden a una perfecta semejanza con Dios Padre (Ef 4,24; Col 3,10). Esta nueva creación debe abarcar todo el universo: Rom 8,18-25

152 En forma especial, la nueva creación significa una abolición de las leyes del Antiguo Testamento. Estas no eran más que la sombra de las realidades definitivas (Col 2,17; Heb 8,5; Heb 10,1; Mt 11,13) que empiezan con Cristo. Contar con la circuncisión (Gál 5,2; Gál 6,12) o con las otras prácticas de la Ley (Col 2,16; Rom 14,14-20) es volver atrás y renegar de la gracia de Dios (Col 2,20; Gál 2,18). El que quiere ser justo con prácticas y méritos (Lc 18,9; Fil 3,7-9) pierde la justicia y santidad verdaderas, don de Dios en Cristo: Col 2,11; Fil 3,9.
153 La nueva creación se realiza mediante el don del Espíritu Santo que da vida (Sal 104,30; Jn 6,63; Rom 8,2). La glorificación de Jesús debía preceder el don del Espíritu (Jn 7,37-39; He 2,32-33; Jn 16,7). El Espíritu nos hace libres (Gál 4,7; Gál 5,13-18). Nos comunica el perdón de los pecados (Jn 20,22; 1Cor 6,11). Nos hace hijos (Rom 8,14-17). Nos da el conocimiento de los designios misteriosos de Dios (1Cor 2,10-12; 1Jn 2,20). Las comunicaciones del Espíritu en la Iglesia son primicias (Rom 8,23) y garantía (Ef 1,14; 2Cor 1,22; 2Cor 5,5) de nuestra total transformación por él en el mundo venidero (1Jn 3,2-3; Rom 8,18).
154 La nueva creación no conoce la muerte, consecuencia del pecado (Rom 5,12; Ap 20,15; Ap 21). Es cierto que una parte de nosotros llamada hombre exterior (2Cor 4,16) u hombre viejo (Rom 6,6; Ef 4,22; Col 3,9) o carne (2Cor 4,11; Gál 6,8; Rom 8,3) sigue caminando hacia la muerte (Rom 8,10; 2Cor 5,16; 2Cor 13,4; 1P 3,18). Pero el hombre interior (Rom 7,22; Ef 3,16) es vida por participar del Espíritu (Rom 8,10-11).
155 Jesús resucitado es el que nos comunica las fuerzas de resurrección (Jn 5,25; Col 2,12; Col 3,1; Rom 5,21; Rom 6,6; Rom 8,4) y el que nos resucitará (Jn 5,28; Jn 6,39-58; Jn 11,25; Rom 8,10-11; Fil 3,20).

Ahora bien, da a conocer el Misterio (Ef 3,3; Ap 10,7), o sea, el plan asombroso que guardaba secreto (Ef 3,9; Rom 16,25; Col 1,26). Toda su obra de creación, de salvación y de santificación tenía por fin la alabanza de su gracia y generosidad (Ef 1,6; Ef 1,12). Todo lo tenía depositado en su Hijo Amado (Ef 1,1-6) y por él lo reciben todos los hombres. Todos los pueblos son llamados a ser un solo cuerpo en él (Ef 1,22; Ef 3,5-6 ) y por él entran a compartir la misma Gloria de Dios (Col 1,27; Ef 2,6). Este plan empezaba con la salvación de Israel (Rom 11,25) y se extiende al universo entero (Col 1,27).

156 Este Misterio exige una reconciliación universal en un universo dividido por la naturaleza, los prejuicios y el pecado (Ef 2,14-16; ver 151: distinciones). El ministerio de los apóstoles es de proclamar y extender esta reconciliación (2Cor 5,20-21; Rom 15,16) ya anunciada por Jesús (Lc 4,19); el culto propio del Nuevo Testamento consiste en llevar a cabo esta reconciliación (Rom 15,16).
157 En esta obra Jesús aparece como el Mediador único entre Dios y los hombres (1Tim 2,5; Heb 9,15; Heb 12,24), siendo el que intercede por ellos (Heb 2,17-18; Heb 4,15-16) y les consigue los bienes propios de la Nueva Alianza (He 13,34; Heb 9,11; Heb 10,20).

 

 

16. La Salvación por la fe
160 Entramos a la nueva creación por don de Dios (Mt 11,27; Jn 6,43; Ef 2,8). Este paso decisivo (Col 1,12-13), esta salvación nuestra (1P 1,9-10), no es el premio de nuestros méritos y obras buenas (Rom 4; Fil 3,4-6), sino que se da mediante la fe (Rom 3,21; Fil 3,9).
161 Según Juan, creer es reconocer al Enviado de Dios (Jn 5,38 ; Jn 6,29). Es reconocer que Dios nos ama primero y nos perdona (1Jn 4,10; Jn 2,16). Es aceptar que Dios nos transforme y nos divinice (Jn 12,42-45). Es reconocer que Jesús es el Cristo (1Jn 2,22-29; 1Jn 5,1); o sea, el Hijo Único que ha salido de Dios y vuelve a Dios (Jn 6,62).
162 Según Pedro y Pablo, creer es reconocer el amor de Dios, que entregó a su Hijo por los pecadores (Rom 5,24-25; Gál 3,1). Es confesar que Dios lo ha resucitado de entre los muertos (Rom 4,23; Rom 10,9) y lo hizo Señor (He 2,36; 1Cor 12,3; Fil 2,11). Es reconocer que todas las promesas de Dios se han cumplido en él (2Cor 1,20).
163 La fe que salva se apoya en el testimonio de las Escrituras (He 17,3; He 18,28; Rom 16,26; 2P 1,19), pero también es descubrimiento de una palabra que Dios nos dice hoy (Heb 1,1 y com. de Mc 11,29). Los contemporáneos de Jesús tuvieron que reconocer a este Enviado mediante signos que él mostraba (Jn 6,26; Jn 10,32; Jn 15,24). Luego, se apoyaron en el testimonio y los signos que presentaban los apóstoles (Mc 16,17; He 8,7; 1Tes 1,5). La fe nunca se limita a aceptar creencias, sino que renoce el designio de Dios (Mt 11,16-24; Lc 7,30) a través de los acontecimientos actuales (Lc 12,56; Lc 19,44) y las voces proféticas de la Iglesia (Ef 3,5; 1Tes 5,19).
164 La fe nos lleva a incorporarnos al pueblo de Dios (Ef 2,19-22) mediante el bautismo (Mt 28,19; Mc 16,16; Col 2,11-13).
165 La fe nos consigue un estado de santidad llamado por la Biblia justicia o justificación (ver com. de Rom 5,1-2; Rom 4; 1Jn 2,1-6). Nos hace gratos a Dios, reconciliados con él (Rom 5,1-2) y llevamos la semejanza divina (Rom 8,28; Col 3,10; Ef 4,24). La fe nos introduce al Reino de su Hijo (Col 1,13), en el cual recibimos una primera comunicación del Espíritu (Ef 1,13; 2Cor 1,22) ( ver también 153-154 ).

 

17. La Iglesia de Dios
170 Jesús prepara su Iglesia: ver 120-124.
171 La Iglesia no procede de una voluntad humana, sino de un designio eterno de Dios, y en ella se concreta el Misterio, o sea (Ef 3,5) el plan salvador de Dios que reúne a todos los hombres bajo una sola cabeza, Cristo (Ef 1,5-12; Ef 1,22). Por eso, la Iglesia es santa, porque su destino depende más de los designios del Padre que de la iniciativa de los hombres.
172 Cristo, al dar los pasos que llevan a su fundación, no actúa por su sola iniciativa, sino que se deja guiar por las indicaciones del Padre (Jn 1,35-51; Mt 16,18; Lc 6,12; He 1,7; Jn 17,6; Jn 17,9-12. Las Iglesias de Cristo (Filem 16). La Iglesia está sometida a Cristo, que la amó y se entregó por ella (Ef 5,24-25; Jn 17,19). La Iglesia de Dios que él se adquirió por su propia sangre: He 20,28. La Iglesia es su esposa (Jn 3,29; Ef 5,27; Mt 22,2; 2Cor 11,1; Ap 21,2) y el cuerpo (Col 1,24; 1Cor 12,12 ) del que es cabeza.
173 La Iglesia nace el día de Pentecostés (He 2) a consecuencia de la efusión del Espíritu prometido (ver 150 ).
174 La proclamación por los apóstoles de la fe en Jesús resucitado acompaña la efusión del Espíritu (Jn 15,26-27; He 1,7-8) para constituir la Iglesia (He 2,14-39; 1Tes 1,5). La integran todos aquellos que escuchan el llamado a la conversión y creen que recibirán el perdón de sus pecados (He 2,38) y el don del Espíritu (He 2,39) mediante la fe en el poder salvador de Jesús y el bautismo ( ver 181 ).
175 La Iglesia está fundada sobre Pedro y los apóstoles (Mt 16,18; Mt 10,1). La fe de la Iglesia se conforma a la de los apóstoles (1Cor 15,11; 2Pe 1,16-21). Pertenecen a la Iglesia quienes aceptan el testimonio de los apóstoles y de sus sucesores (Jn 17,20; Jn 20,21) y son reconocidos por ellos (1Cor 14,38; 2Cor 10,6; 2Cor 13,10). Estamos en comunión con Dios estando en comunión con ellos (1Jn 1,3). Cristo está con ellos (Mt 28,20) para que sus decisiones no puedan oponerse al plan divino (Mt 16,19; Mt 18,18; Lc 10,16), a pesar de que es patente que ellos fallan de mil maneras (Gál 2,11; He 15,37; He 21,20). La Iglesia será para la eternidad lo que la hicieron los apóstoles (Lc 22,30; Ap 21,14).
176 La Iglesia es una comunión (He 2,4; Heb 13,16). La comunión que existe entre los bautizados y las Personas divinas (2Cor 13,13; 1Cor 1,9; 1Cor 10,16) origina una comunión entre ellos mismos (1Jn 1,7). Comunión tanto en lo espiritual (He 2,42; Fil 1,5; Fil 2,1) como en lo material (Rom 15,27; Gál 6,6).
177 La Iglesia es la presencia en nuestro mundo de la Verdad divina (1Tim 3,15). Es la manifestación del amor de Dios (1Cor 1,26; 2Cor 4,7) y, a pesar de la debilidad de sus miembros, es un signo de la presencia salvadora de Dios (2Cor 4) y él le da su fuerza (Ap 2,8; Ap 3,8).

 

18. Los sacramentos de la Iglesia
180 La Iglesia es una comunión de creyentes en la cual Dios se hace presente (ver com. de Mt 16,18), y por eso decimos que es sacramento de Dios (ver com. de Mt 18,11). Varios ritos de la Iglesia, que llamamos sacramentos, nos vienen de Cristo y sus apóstoles; expresan y hacen presente la acción salvadora de Dios.
181 El Bautismo con el agua y el Espíritu Santo (Jn 3,5), con el Espíritu y el fuego (Mt 3,11), con el agua junto con la palabra (Ef 5,26), en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19), en el nombre del Señor Jesús (He 2,38; He 8,16). El bautismo para los muertos (1Cor 15,29). El bautismo y los bautismos (Heb 6,2 y com. Lc 3,7).
182 Se bautiza al que cree (Mc 16,16) para que reciba el perdón de los pecados (He 2,38; He 22,16). El bautismo significa la muerte a un pasado de pecado (Rom 6,3-9) y la entrada a una vida resucitada (Rom 6,4; Col 2,11-12). Es una purificación interior (1Pe 1,22) por la sangre de Cristo (1Pe 1,2 ). Es un nacer de nuevo, de arriba (Jn 3,8 ), un nacer del Espíritu (Jn 3,6; Col 2,12). El único bautismo de la única fe nos reúne en un solo cuerpo (1Cor 12,13). El bautismo nos introduce a la vida «en Cristo», la vida cristiana (Fil 4,1) Ver 200.
183 La imposición de las manos para confirmar el bautismo y recibir los dones del Espíritu (He 8,14; He 19,6), rito que no puede conferir cualquier ministro (He 8,14-17). Ver también (Heb 6,2).
184 El poder de perdonar los pecados: ver com. de Stgo 5,16. El bautizado debe temer el decaimiento de la fe y la pérdida de la esperanza, con los cuales ya no hay deseo ni posibilidad de recibir otra vez el perdón de los pecados (Lc 13,7-9; Heb 6,4-8; Heb 12,15). Este es el pecado que lleva a la muerte (1Jn 5,16). La Iglesia puede excluir al pecador si no se enmienda (Mt 18,17; 1Cor 5,11-13). Puede pedir a Dios que lo lleve a escarmiento con castigos en su cuerpo (1Cor 5,4-5; Ap 2,22).
185 La unción de los enfermos practicada por los misioneros de Jesús (Lc 10,1) y encargada a los presbíteros de la Iglesia (Stgo 5,14).
186 La imposición de las manos para consagrar a los ministros de la Iglesia (1Tim 4,14; 1Tim 5,22; 2Tim 1,6).
187 El matrimonio de los cristianos tiene exigencias propias (1Cor 7,10-12 y com. de 1Cor 11,2 y de 1Pe 3,1) y tiene valor de sacramento, por ser una figura y presencia de la unión de Cristo con la Iglesia (Ef 5,22-23).
188 La Eucaristía, o Cena del Señor (1Cor 11,20), o fracción del pan (He 2,42; He 20,7; 1Cor 10,16). Ver comentarios de la promesa de la Eucaristía (Jn 6,22-58), de su institución (Mc 14,12; 1Cor 11,23).
189 Algunos textos del Antiguo Testamento figuran de antemano y aclaran el sentido de los sacramentos. En forma más especial: el bautismo (Gén 6,7; Ex 14,15; Jos 3; 2R 5; Is 12,1; Is 55,1; Za 13,1; Ez 36,25; Ez 47,1), la eucaristía (Ex 12; Ex 16; 1R 19,5; Gén 14,14; Mal 1,11), el matrimonio (Gén 1,26; Gén 2,18; Tob 8,4-7; Cant).

 

 

19. El Espíritu en la Iglesia. Carismas y Ministerios
190 El Espíritu Santo ( ver 143-144 ) que procede del Padre (Jn 14,16; Jn 15,26; Jn 16,15) y es enviado por el Hijo (Jn 14,16; Jn 15,26; Jn 16,7), Espíritu de Dios (1Cor 2,11; 1Cor 7,40; 1Jn 4,2) y Espíritu de Jesús (He 8,39; He 13,16; 2Cor 3,17; Gál 4,6; Ap 3,1).
191 A consecuencia de la glorificación de Jesús, el Espíritu es comunicado a los creyentes (Jn 7,39) Ver 153 y He 9,17; He 19,2; Rom 5,5; Gál 3,2; Ef 1,3; 1Jn 3,24). Lo reciben al entrar a la Iglesia, mediante el rito de la imposición de las manos (He 8,15; He 19,6) que acompaña normalmente el bautismo (He 2,38; Ti 3,5; Jn 3,5). Pero Dios puede hacer excepciones y no está atado a los sacramentos (He 10,45 ).
192 A consecuencia de la glorificación de Jesús, el espíritu es comunicado a los creyentes: (Jn 7,39 ) ver 153 et Ac 9,17; Ac 19,6; Rm 5,5; Ga 3,2; Ep 1,3; 1Jn 3,24. Lo reciben al entrar a la Iglesia, mediante el rito de la imposición de manos (Ac 8,15; Ac 19,6) que acompaña normalmente el bautismo (Ac 2,38; Tt 3,5; Jn 3,5). Pero Dios puede hacer excepciones y no está atado a los sacramentos (Ac 10,45).
193 El Espíritu se comunica a cada cual según la medida del don de Cristo (Rom 12,3; Ef 4,7; Heb 2,4) y manifiesta su presencia con dones diversos (1Cor 12,3; 1Cor 12,7-11; Gál 3,5; Fil 1,19). Estos dones del Espíritu hacen de nosotros miembros de un mismo cuerpo diversificado (Rom 12,5-8) y organizado (Ef 4,16).
194 Los dones espirituales (se usa a menudo la palabra carisma, que significa don: 1Cor 1,7; 1Cor 7,7; 1Cor 12,31; 1Pe 4,10) son para bien de la comunidad (1Cor 14,1-6; 1Cor 14,19; 1Cor 14,32). Por eso, merecen ser llamados también servicios (o ministerios), y obras (Rom 12,7; 1Cor 12,5). Aun sabiendo que los dones y ministerios valen por cuanto fomentan el amor verdadero y la comunión (1Cor 12,31; Ef 4,3), los ministerios más importantes son los ministerios apostólicos: fundadores y responsables de Iglesias (1Cor 12,28; Ef 4,11).
195 En cuanto a los ministerios de gobierno, ver com. de He 14,21. Se nombran los apóstoles, no solamente los Doce, sino algunos más (1Cor 1,1; 1Cor 9,1-6). Los profetas (1Cor 12,28; Ef 2,20; Ef 3,5; Ef 4,20; Ap 11,10; Ap 16,6; Ap 18,20). Muy posiblemente Apolo era profeta, y también Timoteo y Tito (ver com. de He 11,19; He 13,1; He 15,32; 1Tes 5,19; Heb 7,; 1Tim 4,14; 2Tim 1,6). Los obispos (o sea, inspectores), elementos activos de los consejos de presbíteros (He 20,28; Fil 1,1; 1Tim 3,1; Tit 1,7). Los presbíteros (esto es, ancianos): He 11,30; He 14,23; He 15,2-23; He 21,18; 1Tim 5,19; Tit 1,5; Stgo 5,14; 1Pe 5,1. Los diáconos: Fil 1,1; 1Tim 3,1  y com. de He 6.
196 Los dones espirituales, por diversos que sean, vienen de Cristo, cabeza única, y deben ordenarse con miras a la unidad del cuerpo que va creciendo: Jn 17,21; Ef 2,18; Ef 2,22; Ef 4,3; Ef 4,12-13.

 

 

20. El Espíritu y la Espiritualidad cristiana
200 La vida cristiana era llamada antiguamente el camino (He 9,2; He 19,9; He 16,17; He 18,25; 2Pe 2,2) y no se apoya en mandamientos especiales (He 15,18). A tal punto que Pablo relaciona las exigencias de la moral sexual con la fe en Cristo y no con alguna ley (1Cor 6,1; 1Tes 4,2). Los cristianos de formación judía hablaron a veces como si Jesús hubiera confirmado la Ley del Antiguo Testamento (Stgo 1,25; Stgo 2,12; Stgo 4,11). Pero habitualmente entendieron que la nueva Ley proclamada por Jesús (com. de Mt 5,17) reemplazaba a la Ley del Antiguo Testamento (Mt 5,22; Mt 5,28). En adelante una sola frase expresará la Ley: Amarás… (Mt 22,40; Gál 5,14).
201 Pero también se nos dice que Cristo nos liberó de toda ley humana y no solamente de la Ley judía: (Rom 7,4; Gál 4,5; Ef 2,15). Comprendamos, pues, que, al hablar de Ley de Cristo, se le da otro sentido a la palabra ley (Rom 2,27; Rom 8,2). No valorizamos demasiado el esfuerzo del hombre por cumplir la ley (Mc 10,21; Mc 10,27; Gal 2,16; Gál 3,5), sino que debemos invitarlo a que se deje guiar por el Espíritu (Lc 10,33; Rom 8,14; Gál 5,16) que sólo transforma el corazón (Ez 36,25; Rom 2,29) y hace posible el cumplimiento de la ley (Rom 8,4).
202 La entrada a la Iglesia ( ver 192 )  hace de nosotros criaturas nuevas (2Cor 5,17; Gál 6,15; Ef 4,24). Recreados en el Hijo (Ef 2,10), hijos del Padre (Rom 8,15; Jn 1,13), ya en la presente vida se nos comunica el Espíritu (Rom 12,11; Gál 4,6) como un anticipo de lo que será la vida definitiva y santa en el cielo (Rom 8,11; Rom 8,23; Ef 1,14). En adelante, estamos en comunión con las Tres Personas divinas (Jn 14 Jn 17; 1Jn 1,3; 1Jn 3,21-24; 1Jn 4,15).
203 La vida cristiana supone la cooperación constante del hombre con Dios, que actúa en él mediante el Espíritu. Hemos muerto al pecado (Rom 6,11) y debemos hacer morir las obras de la «carne» (Rom 8,13). Hemos sido renovados y debemos andar por caminos nuevos (Rom 7,6). Hemos sido hechos justos y santos (Rom 6,2; 1Cor 6,11) y debemos andar como santos (Rom 6,13; Rom 6,19; Gál 5,25). Fuimos liberados (Rom 6,14; Rom 8,2) y debemos liberarnos (1Cor 7,15; 1Cor 7,23). Se nos dio el amor de Dios (Rom 5,5; Jn 17,26) y debemos perseverar y progresar en el amor (Jn 15,9; 1Cor 16,14; Fil 1,9; 1Tes 3,12).
204 La vida nueva del cristiano se va vigorizando con la participación en la eucaristía (Jn 6,48-58), con las obras buenas (Stgo 2,14-28; 1Jn 3,18; 2Tes 1,11; Tit 2,14; Tit 3,8; Heb 10,24; 2Pe 1,10), con la oración ( ver 230 ). Es fuente de alegría (Jn 16,24; He 13,52; Rom 14,17; 2Cor 7,4; Gál 5,22; 1Tes 1,6; 1Pe 1,8), de libertad (Jn 8,32; Jn 8,36; 2Cor 3,17; Gál 5,1; 2Tim 1,7; 1Pe 2,16), de paz (2Cor 13,4; Gál 5,22; Ef 6,23) y de acción de gracias (Rom 14,6; Ef 5,20; Col 3,17; 1Tes 5,18). Obra, con la perseverancia (Lc 8,15; Lc 21,19; Rom 2,7; Rom 5,3; Col 1,11; Heb 10,36; Stgo 1,4), una transformación de todo el ser (Rom 12,2; 1Tes 5,23) haciéndolo capaz de tratar con Dios como hijo (Rom 8,15-17; 1Jn 4,17-18) y de ser piedra viva del edificio espiritual (Ef 2,22; 1Pe 2,5).
205 La vida cristiana se manifiesta antes que nada por tres fuerzas que solemos llamar virtudes teológicas, o sea, procedentes de Dios y orientadas hacia él, que son la fe, la esperanza y el amor: (1Cor 13,13; Gál 5,5-6; Ef 1,15-16; Col 1,4-5; 1Tes 1,3; 1Tes 5,8).

 

 

21. La Fe y la Esperanza
210 La fe designa:

  1. El acto de fe que, en la conversión, nos consigue la santidad o justicia propia del cristiano ( ver 160 165 ).
  2. El don de fe, que consigue los milagros: (1Cor 13,2; Stgo 1,5; Mc 11,20-24  y Com;)
  3. La primera de las virtudes teológicas ( ver 205 y 211 ), nacida del primer acto de fe.
211 La fe del cristiano sigue siendo sumisión a la Palabra de Dios (Jn 12,44-46; Rom 10,14; 2Tim 3,15; 2Tim 4,3), recibida de los profetas y de Cristo mediante el testimonio de los apóstoles ( ver 163 ). Acepta sin añadir ni recortar (Dt 4,2; Ap 22,18) toda la doctrina de fe (Ti 1,13; Ti 3,10-11) que guarda la Iglesia como Tradición de los apóstoles: (1Tim 4,6; 2Tim 2,8; 2Tim 3,14).
212 El cristiano tiene la misma actitud de fe de los creyentes del Antiguo Testamento (Rom 4,23-24; Heb 11). Pero ahora nos han llegado las palabras definitivas (Heb 1,1-2; Jn 3,31; Jn 4,26) en la persona del que es La Palabra de Dios (Jn 1,1; Jn 1,18; Heb 2,2-3) ( ver 152 ). En la persona de Jesús, Dios nos habla sin parábolas ni figuras (Jn 16,25-29).
213 La fe actúa mediante el amor (Gál 5,6) y se demuestra con las obras del amor (Stgo 2,14; 1Cor 13,13). La fe debe crecer (2Cor 10,15; 2P 3,18) junto con el conocimiento de Dios. Junto con el amor, la fe es actitud propia del que vive en la luz (Rom 13,12; Ef 5,8; Col 1,12; 1Jn 1,7; 1Jn 2,9) y es una luz para el mundo (1Tes 5,5).
214 La esperanza nace de la fe en las promesas de Dios (Ef 3,5-10; Heb 3,14; Heb 6,11-20; 1P 5,9). Esperamos lo que no vemos (Rom 8,4; Heb 11,1) y que ni siquiera nos habríamos atrevido a pensar (1Cor 2,9; 2P 1,4). Creemos que Dios es fiel ( ver 40 44 ). Confiamos en Dios, que puede mantenernos en la fe y el amor (Fil 2,12; 1Tes 5,23; 2Tes 3,3; 1Cor 1,8). La esperanza significa perseverancia y constancia en las pruebas ( ver 204 y 2l7 ).
215 Israel esperaba de Dios prosperidad en su Tierra ( ver 42 ) y Reino de justicia ( ver 56 y 62 ). Al proclamar el Reino, Jesús recuerda que nuestra esperanza es algo colectivo (Mt 22; Lc 22,28-30; Mt 25,31-40), pero destaca el aspecto personal de la salvación (Mt 10,28; Mt 10,32), desarrollando la fe en la Resurrección ( ver 92 93 ).

Esperamos compartir la Gloria de Dios. Seremos semejantes a Dios, porque lo veremos (1Jn 3,2). Resucitaremos juntos (1Cor 15,23 ) para ver a Dios (1Cor 13,12) y formar un solo cuerpo en Cristo (Ef 2,16-22). En Dios solo encontraremos nuestra felicidad (Mt 25,21; Ap 21,6), y la humanidad, su fin (1Cor 15,28; Ap 22,1-5). Esta es nuestra herencia (Lc 18,18; 1P 1,4).

216 El Reino de Dios ya está presente en el hombre que vive en la gracia de Dios. Por eso, todos los acontecimientos de su vida y sus mismas necesidades materiales tienen algo que ver con este Reino de Dios y con su propio progreso en la vida cristiana. Por tanto, siendo hijo de Dios, espera del Padre el pan de cada día (Mt 6,11) y pide tanto por sus necesidades (Fil 4,6) como por las del mundo (Lc 18,1), sabiendo que Dios le proporcionará lo necesario para que, a su vez, pueda dar a otros (2Cor 9,9).
217 La espera de la venida de Cristo está en el centro de la esperanza cristiana (He 1,11). Venida, llamada «parusía», o sea, visita (Mt 24,27; 1Cor 15,23; 1Tes 3,13; 1Jn 2,28; Ap 3,10) o manifestación (1Tim 6,14; 2Tim 1,10; Tit 2,13). Esta venida parecía muy cercana a los primeros cristianos (1Tes 4,13; Heb 10,25-37; 1Pe 4,7; Stgo 5,8). Esta espera significa una actitud de vigilancia (Lc 12,32-48; Mt 25,1): estar despiertos para no hundirse en los proyectos y las codicias de este mundo (Lc 21,34; ver com. de Mc 13,33). Nos lleva a ser constantes y perseverantes en las pruebas (Fil 3,10; Rom 8,17 ( ver 184 ) y las persecuciones (Heb 12,2; 2Tes 3,5; Lc 21,19; Mt 10,22; Ap 2,10; Ap 3,21; 1Pe 3,14). Trae la alegría aun en el sufrimiento (1Pe 4,18; Mt 5,11). Nos hace sobrios (1Tes 5,8) y desprendidos (1Cor 7,29; Tit 2,12; 1Pe 1,13).

 

 

22. El amor
220 El amor es fuerza que viene de Dios. En Dios el amor se identifica con la comunión entre sí de las Tres Personas divinas ( ver 143 ). Dios se había dado a conocer a Moisés como El que existe y como Misericordioso ( ver 32 y 39 ). Pero, después de conocer a Cristo, Juan dice: Dios es amor (1Jn 4,8).
221 En el Antiguo Testamento se manifestó el amor de Dios mientras él se iba comunicando con los hombres. Israel, al mirar cómo Dios lo eligió, lo guió (Sal 89; Sal 105; Sal 106; Sal 107; Is 63,7), lo perdona (Ex 32,11-14) y lo rescata (Is 40; Is 41), entiende el amor celoso de Dios por su pueblo (Is 5; Is 54,6-8). Los profetas, al tomar conciencia de la relación cada vez más estrecha que se establece entre Dios y ellos, comprenden el amor fuerte (Ez 3,8; Mi 2,8), tierno (1R 19) y exigente (Jer 15,10; Jer 20,7) de Dios con sus amigos.
222 El amor a Dios es el primer mandamiento para Israel (Deut 6,1; Deut 30) y seguirá siéndolo para los cristianos (Mc 12,28).
223 Al venir Jesús, trata de descubrirnos algo del amor único que el Padre tiene a su Hijo (Jn 3,35; Jn 5,20; Jn 17,24; ver 117 ). El, a su vez, corresponde al amor del Padre con una entrega total (Mc 1,35; Mt 11,25) y una conformidad perfecta a la voluntad del Padre (Heb 10,5; Jn 4,34; Jn 6,38). Este amor divino, que brota de su corazón, lo demuestra a sus amigos (Jn 11; Jn 13,1; Jn 15,9-17; Jn 18,8), a los marginados (Mc 1,40), a los pecadores (Lc 7,36; Lc 19,1), a sus mismos enemigos (Lc 23,33), a todos (Mt 11,28; He 10,38). Y trata de que también ellos entiendan el amor que les tiene el Padre Dios ( ver 137 ). Nosotros amamos a Jesús guardando su Palabra (Jn 14,15-23) y renunciando a todo para seguirlo (Mc 10,17-21; Lc 14,25).
224 En su Pasión y su muerte, Jesús llega a la cumbre del amor. Amor al Padre, obedeciéndolo hasta la muerte de la cruz (Mt 26,39; Mt 27,46; Heb 4,15), mientras Dios calla; atenciones y perdón a los hombres (Lc 23,28; Jn 19,26; Lc 23,34-43). Jesús da todo a todos (Mc 10,45; Mc 14,24; 2Cor 5,14).
225 El amor al prójimo se nombra en algunos textos del Antiguo Testamento (Lev 19,18; Deut 10,8). Pero en muchísimos lugares de la Ley (Ex 20,12-17) y de los profetas (Am 1,2; Is 1,14-17; Is 10,2; Is 65,13; Jer 9,2-5; Ez 18,5-9; Ml 3,5) se afirma que no podemos agradar a Dios sin respetar al prójimo, hacerle justicia, liberarlo de toda opresión (Is 58) y promover a los más humildes (Ex 22,20-26; Ex 23,4-12; Jer 9,4; Jer 22,15; Pro 14,21; Eclo 4; Eclo 25,1; Sab 2,10).
226 Jesús relaciona estrechamente los dos mandamientos principales (Mc 12,28-33). El amor al prójimo es la base de la moral cristiana ( ver 201 y 203 ) en la medida en que trata de imitar el amor del Padre perfecto y misericordioso (Mt 5,48; Lc 6,36; Ef 5,1; 1Jn 4,11) y es una respuesta al amor con que Dios nos amó primero (1Jn 3,16; 1Jn 4,10-19). El amor es fuerza que nos comunicó el Espíritu Santo (Rom 5,5) y se alimenta con la contemplación del amor sin límite de Cristo (Ef 3,18; 2Cor 5,14).
227 En vísperas de su Pasión, Jesús presenta el amor entre hermanos como su mandamiento nuevo: (Jn 13,12-15; Jn 13,34-35; Jn 15,9-13; 1Jn 2,6-8).
228 El amor cristiano es don sin límite, llevándonos a hacernos esclavos unos de otros (Gál 5,13). Va a todos sin respetar las barreras sociales (Mc 2,13; Lc 10,29; Lc 14,13; Gál 3,28). Se demuestra con el perdón (Mt 5,43), comentario y referencias; (Mt 18,21) y no se niega a los enemigos. Inspira un esfuerzo por comprender al otro, respetar sus ideas (Rom 12,15-18; Rom 14,1-10), soportar sus limitaciones (1Cor 13). El amor, que acepta dar y recibir, construye la Iglesia (1Cor 8,1; Ef 4,16) ( ver 196 ) y nos lleva a la perfección (Fil 1,9).

 

 

23. La oración
230 En toda la Biblia la oración es inseparable de la acción. Los modelos de la oración son aquellos que encabezan el pueblo de Dios. Intercesión de Moisés por Israel (Ex 17,8; Ex 32,11; Ex 32,20; Ex 33,12; Núm 11,11; Núm 14,13). Moisés da la pauta de la intercesión: recuerda a Dios su fidelidad; su propio honor lo obliga a no abandonar a Israel, sino más bien a perdonarlo. Oración de David (2Sam 7,18), de Salomón (1R 8,22-60), de Ezequías (2R 19,15), de Judas Macabeo (1M 5,33; 1M 11,71; 2M 8,29; 2M 15,20), de Ester (Est 4,17), de Judit (Jdt 9,2). Oración de penitencia de Esdras (Esd 9,6), de Nehemías (Neh 1,4), de Daniel (Dan 3,26; Dan 9,4).
231 La oración de intercesión es propia de los profetas: su palabra y oración hacen y deshacen los acontecimientos. Así, Abraham (llamado profeta a consecuencia de su poder de intercesión: (Gén 20,7), rogando por Sodoma (Gén 18,22). Así, Elías (1R 18,36), Amós (Am 7,1), Jeremías (Jer 10,23; Jer 14; Jer 37,3). El profeta se siente dividido entre la compasión por su pueblo castigado (Jer 14,19; Jer 8,18; Ex 9,8) y su celo por Dios traicionado (Jer 2,3; Ez 16). Su oración es un enfrentamiento con Dios (Núm 17,6; Ez 13,5; Ez 22,30).
232 También es oración el diálogo continuo de los profetas con Dios a raíz de su llamado (Ex 4; Ex 5,22; Ex 17,4; Jer 12,1; Jer 15,10; Jer 20,7), llegando al encuentro cara a cara (Ex 33,18; 1R 19,9).
233 Los Salmos son el libro de oración del pueblo de Dios. Ver página: Oremos con los salmos, p. 960. La oración surge de las mismas necesidades del que suplica. No pide cosas celestiales, sino la salvación concreta que necesita en ese preciso momento. Pero constantemente se olvida de sí para alabar a Dios: (Sal 47; Sal 81; Sal 89 ; Sal 95; Sal 98; Sal 113; Sal 117; Sal 135). Y no olvida que en Dios está todo su bien, pidiendo ver a Dios y morar en su casa (Sal 16,23; Sal 27,7; Sal 63,2; Sal 65,5; Sal 73,24).
234 Jesús ora (Mc 1,35; Mt 11,25; Lc 22,32 Lc 23,33; Jn 11,42) especialmente antes de tomar decisiones importantes (Lc 3,21; Lc 6,12; Lc 9,18; Lc 9,29; Lc 23,46; Mc 14,36; Jn 8,29). Ver también Heb 5,7; Heb 7,25. Jesús hace sus milagros para aquellos que le piden con fe (Lc 7,1; Mc 10,46) y que perseveran hasta que él los atienda (Mt 7,24); y nos dice que ésa es la manera de pedir al Padre (Lc 11,5-13; Lc 18,1; Mc 9,23; Mc 11,22). Pero también nos enseña a pedir antes que nada que se haga la voluntad del Padre (Mt 6,10; Mt 7,21; Mt 12,50; Jn 4,34; Jn 7,17). Nos enseña lo que debemos pedir al Padre y cómo pedirlo: el Padrenuestro (Mt 6,9; Lc 11,1 y también Mt 6,5).
235 La oración de la Iglesia primitiva. En el mismo Templo de los judíos (Lc 24,5; He 3,1; He 5,12) con las manos levantadas (1Tim 2,8) o de rodillas (He 9,40). Oración comunitaria (He 1,14; Mt 18,19) frente a las situaciones difíciles (He 4,24; He 6,6; He 12,5).
236 Las cartas de Pablo contienen invitaciones a orar (Ef 6,18; Col 1,3; 1Tes 5,17; Rom 15,30; 1Cor 7,15; 1Tim 2,1; 1Tim 5,5) y acciones de gracias improvisadas (Rom 8,31; Rom 11,33; Rom 16,25; 2Cor 1,3; Ef 1). La oración de intercesión es para él una lucha ( ver 231 ; Rom 16,30; Fil 1,30; Col 4,12 y com. de Col 2,1; ver también com. de Gér 32,23). Siempre hay equilibrio entre la suplicación y la acción de gracias (Fil 4,6).
237 La oración en nombre de Jesús es propia del que comparte la misión de Jesús y se deja guiar por su Espíritu (Jn 14,12-13; Jn 16,23). Es la oración perfecta del que ha llegado a la negación de sí mismo; no se guía por codicias humanas (Stgo 4,3), sino que lo inspira el Espíritu de los hijos adoptivos (Rom 8,15; Rom 8,26). Esta oración se dirige al Padre (Gál 4,6), nos lleva a desear con todo nuestro ser lo que él quiere y lo que adelanta su Reino. Le pedimos cosas concretas (Mt 7,11), pero en otro sentido el Espíritu Santo es el que esperamos (Lc 11,13). Esta oración siempre escuchada trae el gozo (Jn 16,24).
238 Otros textos: 1Pe 3,7; 1Pe 4,7; Stgo 1,6; Stgo 5,16; Ap 5,8 .

 

 

24. La mision y la evangelización
240 La palabra misión significa envío (com. de Mt 10,1). Jesús era el enviado del Padre para dar la Buena Nueva a Israel (Jn 3,17; Jn 4,34; Jn 6,38; Jn 9,4; Jn 10,36; Jn 17,18; Mt 15,24), a los pobres y afligidos (Is 61,1; com. de Mt 5,1; Lc 7,22). Al dejar esta tierra Jesús envía a los apóstoles (Jn 20,21; Mt 28,19; He 1,8) y los acredita con señales del Espíritu Santo (Mc 16,17 y com. de Lc 10,1). Apóstol significa enviado (Lc 6,13). Después de los Doce, la Iglesia seguirá enviando a los apóstoles y misioneros (com. de Lc 5,1). Uno debe ser enviado por la Iglesia, lo mismo como los Doce por Cristo (Mc 3,13; He 26,16; He 13,2; He 19,14).
241 La tarea misionera es obra común de los apóstoles y del Espíritu Santo (Jn 14,26; Lc 24,49: He 1,4), que dará testimonio junto con ellos (Jn 15,26). El Espíritu anima al apóstol (1Pe 1,12), pero luego la palabra del apóstol hace que el Espíritu venga a sus auditores. Quien recibe a los apóstoles recibe al Padre y al Hijo (Lc 10,16).
242 Los misioneros anuncian el Evangelio (eso es la Buena Nueva). En boca de Jesús, la Buena Nueva significa la llegada del Reino de Dios ( ver 110 116 ) y la acompañan las numerosas curaciones que Jesús obra (com. de Mt 9,35; Lc 7,22). En boca de los apóstoles la Buena Nueva significa la realización de las promesas de Dios a Israel (He 13,32). Es la gracia del perdón y el don del Espíritu (He 2,38; He 3,26; He 10,43; He 13,38). La Buena Nueva está toda en la venida de Jesús (Mc 1,1), que nos trae la paz (He 10,36; Ef 2,14). Para Pablo el Evangelio es el plan de salvación de Dios para todos los hombres (Rom 15,9; Ef 3,6). Su centro es la muerte y resurrección de Jesús (1Cor 15,1). Es una fuerza que va conquistando el mundo (Rom 1,16; Rom 1,6).
243 La predicación del Evangelio, cuando es acogida, trae consigo arrepentimiento (He 2,37-38; He 3,19; He 17,30; He 26,20) y conversión (Mt 4,17; Mc 6,12; 182 ). El hombre reconoce la situación de pecado en que estaba, junto con un mundo perdido (He 2,40; He 3,26) y cree en el perdón que Dios le ofrece por Cristo (He 5,31 y 160 – 164 ). Esta conversión del corazón y del ser profundo es diferente de la que consiste solamente en dejar sus vicios (ver com. de Lc 3,7 y Lc 7,24). Es obra de Dios (Ez 36; 1R 18,37; Rom 2,4). En cambio, al rechazar la predicación, personas y sociedades se pierden (Mt 11,20; Mt 12,41; Mc 16,16).
244 Evangelizar no es solamente anunciar el Evangelio, sino hacer que sea la Buena Nueva que a uno lo libera en las circunstancias concretas en que vive (com. de Mt 28,16). El Evangelio significa una sanación de toda la persona humana. Liberación de los prejuicios religiosos (Col 2,16-22; Gál 4,8-11) y de las barreras sociales (Gál 2,11). Trae una renovación de toda la cultura y una crítica radical del orden social (1Cor 1,17-24). Lleva a una madurez de juicio y de las relaciones con los demás (Ef 4,14; Ef 4,22-32).
245 Los que anuncian el Evangelio se presentan como los testigos de Cristo (He 1,8; Jn 15,27). Después de Jesús, testigo fiel (Ap 1,5; Ap 3,14) que viene al mundo para dar testimonio de lo que ha oído del Padre (Jn 1,18; Jn 3,11) y que da testimonio de lo que es él (Jn 8,13; 1Tim 6,13 ), los apóstoles a su vez dan testimonio de él (Jn 15,17; Jn 20,21). Mediante su testimonio, Dios es el que da testimonio (1Jn 5,9).
246 Mártir, en idioma griego, significa testigo. Llamamos mártir al que sufrió y dio su vida para ser consecuente con su testimonio (Ap 2,13; Ap 6,9; Ap 11,3; Ap 17,6; Mc 13,9; y com. de Mt 10,16). Debido al odio del demonio contra la Iglesia, serán numerosos los mártires (Ap 17,6). Ellos son los verdaderos vencedores del mundo (Ap 12,11).

 

25. El porvenir del mundo, el Juicio y la Resurrección
250 El Reino de Dios se desarrolla dentro del mundo, obra de Dios, como un fermento (Mt 13,33), capaz de transformarlo y de salvarlo (Jn 3,16). Este mundo, sin embargo, está bajo el poder del Malo (ver com. de Jn 3,11 y Jn 5,19) a consecuencia de la caída del hombre que alienó su libertad (Jn 8,34; Rom 8,18). Jesús, al morir, le ha quitado su poder de alguna manera (Mt 12,29; Jn 12,31). Sin embargo, al juzgar según las apariencias, sigue muy influyente (Mt 16,18) y anima una corriente poderosa que se opone a la verdad y la justicia (Jn 3,19) y que odia más que todo a los testigos de Cristo (Jn 15,18; Mt 10,16; Ap 12,17) y a su Iglesia (Ap 12,13). Esta corriente hostil es llamada a veces «el mundo» (Jn 16,33). A veces se llama «mundo» a los que no conocen su vocación de hijos de Dios (Jn 14,19; Jn 16,20; Jn 17,23; 1Cor 5,10). Ver también 1Jn 2,15.
251 Los creyentes están dentro del mundo sin ser del mundo (Jn 17,15). La Iglesia está al servicio del mundo para llevarlo a su fin verdadero (Mc 16,15; Col 1,20). No está al servicio de los proyectos del mundo (Stgo 4,4) ni de los ideales humanos de felicidad, de justicia y de paz, siempre limitados (Lc 12,13; Lc 12,51), que olvidan la situación real del hombre pecador (Mt 4,) y no entienden la salvación mediante la cruz (Mt 16,23; Lc 24,26 1Cor 1,20).
252 Sin embargo, al fijarnos en el Antiguo Testamento, descubrimos una pedagogía divina. Para que el hombre entienda su vocación divina, necesita probar los bienes de la tierra y luchar por ideales humanos (ver com. de Gén 13,7; Ex 3,16; Intr. a 1R; com. de Mt 5,1), ideales limitados que Dios los ayudará a purificar poco a poco, llegando a entender el misterio de la cruz (ver com. de Lc 24,13).
253 Para su propio crecimiento, como para bien del mundo, el creyente se compromete en las tareas del mundo (Mt 25,14; 2Tes 3,10; 1Tim 4,3; Tit 3,8; com. de Mc 13,33) y con esto se hace cooperador de Dios Creador, que sigue actuando y creando (com. de Gém 1,28; Jn 5,7). La Iglesia puede esperar tiempos de paz y una irradiación del Evangelio (Ap 20,1). Su influencia será manifiesta (com. de Mt 13,31) e instituciones humanas de toda clase se cobijarán a su sombra (Mt 13,32). Sin embargo, habrá persecuciones (ver 251), además de los escándalos dentro de la Iglesia (Mt 13,47). El demonio favorecerá, contra ella, las falsas religiones (Ap 13,11) y los regímenes totalitarios (Ap 13,2) y a veces dará la impresión de haberla vencido (Ap 11,7; Ap 13,14-17).
254 Jesús nos advierte respecto de los conflictos que la Iglesia enfrentará. Los tiempos futuros, tal vez largos (Mt 28,20; Lc 21,24) serán una segunda etapa de la historia sagrada: el Evangelio predicado a los no judíos (Mc 13,10) para que acojan la fe y formen parte del pueblo de Dios (He 26,17-18). Maduración de la humanidad (Ef 4,13) en busca de su unidad en el Hombre Nuevo. La Iglesia se extenderá dando impulso y protección a muchas novedades (Mt 13,31; Ap 20,1). No faltarán los escándalos dentro de la Iglesia (Mt 13,47; Mt 18,7). La historia será un continuo juicio de Dios (Ap 13,18) sobre las naciones, las culturas y la Iglesia misma (Ap 1,3). Todas las contradicciones de nuestra historia serán puestas a la luz (Lc 2,35; Jn 9,39).
255 El demonio se valdrá de los errores contra la Iglesia (Ap 13,11) favorecerá religiones puras en que la violencia se disimula (Jn 16,2; He 22,3-4) y los sistemas totalitarios (Ap 13,2). Parecerá muchas veces que ha sido vencedor (Ap 11,7; Ap 13,14-17). Después de muchas crisis el mundo estará maduro para un último enfrentamiento ( ver 124 ): apostasía de las naciones y venida del anticristo (2Tes 2,3-9; 1Jn 2,18). Esto será el preludio de la vuelta de Cristo (Mc 13,26) y de la Resurrección (1Tes 5,15; 1Cor 15).
256 Estamos esperando un juicio de Dios sobre la historia y una resurrección. No vivimos sino una vez (Lc 16,27; Lc 20,27; Heb 6,4-8; Heb 9,27) y nuestra eternidad se juega toda en esta vida (com. de Mt 13,36).

¿Cuál será nuestra existencia después de la resurrección? Ver Lc 20,27 y 1Cor 15. Compartiremos la Gloria de Dios (Rom 8,17; Rom 8,3). Verlo y amarlo como él se ama y se ve a sí mismo, y ser con El un solo espíritu (1Cor 6,17; 1Cor 13,13; 1Jn 3,2). Jesús muestra que esa vida en Dios tiene un aspecto comunitario (Mt 22; Mt 25,1-30; Lc 22,30). Plenitud del universo inmerso en la Gloria de Dios (Rom 8,21-23; Ap 21,22).

257 ¿Acaso los muertos están sin vida alguna antes de la Resurrección? La duda queda en el Antiguo Testamento (ver 92 ); (Dn 12,1-5 y Dn 12,13). El Nuevo habla claramente al respecto: Lc 23,43; 2Cor 5,8; Fil 1,23; 1P 4,6; Ap 14,3.
258 La Biblia afirma repetidamente que algunos van con toda su voluntad a una perdición definitiva. Esta existencia fuera de Dios y para siempre es comparada con el suplicio del fuego: Mt 13,30; Mt 13,42; Mc 9,43; Lc 16,23; Ap 21,8.
259 Ninguno se acercará a Dios sin haber sido purificado de todo pecado e impureza. La Iglesia siempre afirmó que una purificación se da en el momento de la muerte e incluso después para todos aquellos que se quedaron apegados a sus imperfecciones y deseos humanos (2Ma 12,43; 1Cor 3,15).
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