1 Ahora me dirijo a sus Ancianos, dado que yo también soy anciano, y testigo de los sufrimientos de Cristo, y espero ser partícipe de la gloria que ha de manifestarse. 2 Apacienten el rebaño de Dios cada cual en su lugar; cuídenlo no de mala gana, sino con gusto, a la manera de Dios; no piensen en ganancias, sino háganlo con entrega generosa; 3 no actúen como si pudieran disponer de los que están a su cargo, sino más bien traten de ser un modelo para su rebaño. 4 Así, cuando aparezca el Pastor supremo, recibirán en la Gloria una corona que no se marchita.
5 También ustedes, los más jóvenes, sean sumisos a la autoridad de los Ancianos. Revístanse de humildad unos para con los otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes.
6 Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que, llegado el momento, él los levante. 7 Depositen en él todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes.
8 Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. 9 Resístanle firmes en la fe, sabiendo que nuestros hermanos en este mundo se enfrentan con sufrimientos semejantes. 10 Dios, de quien procede toda gracia, los ha llamado en Cristo para que compartan su gloria eterna, y ahora deja que sufran por un tiempo con el fin de amoldarlos, afirmarlos, hacerlos fuertes e inconmovibles. 11 Gloria a él por los siglos de los siglos. Amén.
12 He recurrido a Silvano, nuestro hermano, para escribirles estas breves líneas, pues lo considero digno de toda confianza. Quise animarlos y recalcar que esto es gracia de Dios: estén firmes.
13 Los saluda la comunidad que Dios ha congregado en Babilonia, también los saluda mi hijo Marcos. 14 Salúdense unos a otros con el beso fraterno.
Paz a todos ustedes, que están en Cristo.
En los variados consejos que vienen a continuación, se notará lo que les toca a los Ancianos, responsables y pastores de la comunidad. Comparar con el discurso de Pablo en He 20,17.
Pedro ve en la persecución la mano del demonio que hace lo imposible para desaminar a los que esperan en Cristo. Está comprobado que cuando uno se prepara a dar un paso importante para servir mejor a Dios, se levantan un montón de obstáculos inesperados. El que se acobarda entonces pierde todo. Cuando de nuevo se disponga a dar algún paso, el demonio multiplicará sus ataques. Esas pruebas son comunes y, para hacerles frente, se requiere una fe bien despierta.
Babilonia, en el lenguaje de los cristianos de aquel tiempo, indicaba la «ciudad grande», símbolo del progreso, faro de la civilización y centro de las religiones paganas, es decir, Roma (ver Apoc 17). Ya existía una Iglesia en Roma en el momento en que Pedro escribe.