1 Rechacen, pues, toda maldad y engaño, la hipocresía, la envidia y toda clase de chismes. 2 Como niños recién nacidos, busquen la leche no adulterada de la Palabra; gracias a ella crecerán y alcanzarán la plenitud.
3 ¿Acaso no han probado lo bueno que es el Señor? 4 Se han acercado al que es la piedra viva rechazada por los hombres, y que sin embargo es preciosa para Dios que la escogió. 5 También ustedes, como piedras vivas, se han edificado y pasan a ser un Templo espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Cristo Jesús. 6 Dice la Escritura: Yo voy a colocar en Sión una piedra angular, escogida y preciosa: quien se afirme en ella no quedará defraudado.
7 Ustedes, pues, que creen, recibirán honor. En cambio, para aquellos que no creen, él es la piedra rechazada por los constructores, que se ha convertido en la piedra angular;8 piedra en la que la gente tropieza y roca que hace caer. Cuando se niegan a creer en la palabra, están tropezando con aquello en lo que debían afirmarse.
9 Pero ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas; pues él los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. 10 Ustedes antes no eran su pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; no habían alcanzado su misericordia, mas ahora les ha sido concedida su misericordia.
11 Amados hermanos, por ser aquí extranjeros y gente de paso, les ruego que se abstengan de los deseos carnales que hacen la guerra al alma. 12 Lleven una vida ejemplar en medio de los que no conocen a Dios; de este modo, esos mismos que los calumnian y los tratan de malhechores notarán sus buenas obras y darán gloria a Dios el día de su visita.
13 Sométanse a toda autoridad humana por causa del Señor: al rey, porque tiene el mando; 14 a los gobernadores, porque él los envía para castigar a los que obran mal y para animar a los que obran bien. 15 La voluntad de Dios respecto de ustedes es que, obrando el bien, acallen la ignorancia de los imbéciles.
16 Sean libres, pero no hagan de la libertad un pretexto para hacer el mal. Sean libres como servidores de Dios. 17 Respeten a todos, amen a los hermanos, teman a Dios y respeten al que gobierna.
18 Que los siervos obedezcan a sus patrones con todo respeto, no sólo a los que son buenos y comprensivos, sino también a los que son duros. 19 Porque ahí está el mérito, en que soportan malos tratos sin haberlo merecido, habiendo actuado a conciencia y por Dios. 20 Porque, ¿qué mérito habría en soportar el castigo cuando se ha faltado? En cambio, si pueden soportar que los traten mal cuando han actuado bien, eso es grande ante Dios.
21 Para esto han sido llamados, pues Cristo también sufrió por ustedes, dejándoles un ejemplo, y deben seguir sus huellas. 22 El no cometió pecado ni en su boca se encontró engaño.23 Insultado, no devolvía los insultos, y maltratado, no amenazaba, sino que se encomendaba a Dios que juzga justamente.
24 El cargó en su cuerpo con nuestros pecados en el madero de la cruz, para que, muertos a nuestros pecados, empezáramos una vida santa. Y sus heridas nos han sanado.25 Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas.
Dos palabras resaltan en este párrafo: piedras y sacerdotes. Dicen lo que serán los nuevos cristianos.
Como piedras vivas, edifíquense. El Señor es la piedra que sobresale del suelo y en la que tropiezan todos aquellos que no lo vieron ni lo tomaron en cuenta (Is 8,14).
Jesús es, en otro sentido, la piedra rechazada por los constructores, que pasa a ser la base del nuevo edificio (Is 28,16; Sal 118,22). Y los cristianos son las piedras de esta Iglesia: piedras vivas, porque cada uno participa de la vida de Dios, y porque cada uno juega un papel activo en la Iglesia (Ef 4,12-16).
También ustedes son un reino de sacerdotes. Entenderemos mejor estas palabras si nos acordamos de lo dicho por Dios a Moisés en Exodo 19,5. Dios decidió entonces hacerse presente en el mundo y transformar el curso de la historia mediante un pueblo suyo, que sería Israel. Ahora bien, Pedro nos dice: ustedes que han reconocido a Cristo son el verdadero pueblo de Dios y el verdadero Israel. No formamos los bautizados una religión más; somos el pueblo de Dios, que es una minoría activa y la levadura del mundo.
Somos sacerdotes, en el sentido que tenía este término en tiempo de Pedro, es decir, los que tienen el privilegio de acercarse a Dios. Nos fue encargada la misión de preparar a la humanidad para que en ella se realice la salvación: que los hombres y los pueblos descubran su destino común y, finalmente, reconozcan que no pueden solucionar sus problemas sin creer en Jesús, haciendo del evangelio la ley de su vida.
Un cristiano, consciente de la dignidad nueva que recibió por don de Dios, no puede sino proclamar sus maravillas (2,19), y esto es evangelizar. Y cuando se celebra la eucaristía, más todavía se siente responsable del mundo en el que vive a lo largo de la semana.
Aquí viene la invitación a ser ciudadanos, trabajadores y esposos modelos. Si somos calumniados, es una razón más para demostrar lo hermosa que es la vida cristiana y que se equivocan los calumniadores. Y si las autoridades comienzan a perseguir, no es una razón para desobedecer las leyes.
Ver también el comentario Tito 3,1.