1 Recuerda a los creyentes que se sometan a los jefes y a las autoridades, que sepan obedecer y estén listos para toda tarea provechosa. 2 Que no insulten a nadie, que sean pacíficos y comprensivos y traten a todos con toda cortesía.
3 Pues también nosotros fuimos de esos que no piensan y viven sin disciplina: andábamos descarriados, esclavos de nuestros deseos, buscando siempre el placer. Vivíamos en la malicia y la envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. 4 Pero se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, 5 pues no fue asunto de las obras buenas que hubiéramos hecho, sino de la misericordia que nos tuvo. Él nos salvó por el bautismo que nos hacía renacer 6 y derramó sobre nosotros por Cristo Jesús, nuestro Salvador, el Espíritu Santo que nos renovaba. 7 Habiendo sido reformados por gracia, esperamos ahora nuestra herencia, la vida eterna.
8 Una cosa es cierta, y en ella debes insistir: los que creen en Dios han de destacarse en el bien que puedan hacer. Ahí está lo bueno y lo que realmente aprovecha a la sociedad. 9 Evita, en cambio, las cuestiones tontas, las genealogías, las discusiones y polémicas a propósito de la Ley; no son ni útiles ni importantes.
10 Reprende al que deforma el mensaje. Después de dos advertencias romperás con él, 11 sabiendo que es un descarriado y culpable que se condena a sí mismo.
12 Cuando te mande a Artemas o a Tíquico, date prisa en venir donde mí a Nicópolis, pues decidí pasar allí el invierno. 13 Toma todas las medidas necesarias para el viaje del abogado Zenas y de Apolo, de modo que nada les falte. 14 Y que los nuestros aprendan a moverse apenas se presente alguna necesidad, en vez de quedarse como unos inútiles.
15 Te saludan todos los que están conmigo. Saluda a los que nos aman en la fe.
La gracia sea con todos ustedes.
Al hablar a la primera generación cristiana, Pablo presentaba la conversión como una ruptura con la vida anterior y con el mundo. Pero la presente carta fue escrita en el transcurso de la generación siguiente, y mientras la Iglesia se establecía en las diversas provincias del Imperio Romano, la espera de una inminente venida de Cristo se había esfumado. Si la vida del mundo y de la Iglesia debía prolongarse, era necesario que el cristiano diera en ese mundo el ejemplo de una vida ordenada y justa. Y como la obediencia era entonces el pilar de la vida familiar y social, el autor pedía que la obediencia del creyente viniera del corazón.
Sería fácil hablar de contradicciones o de oportunismo en la enseñanza del Nuevo Testamento, pues aquí se habla de lealtad social y virtudes familiares y allá de ignorar hasta a su padre y a su madre. Pero en realidad lo uno no se opone a lo otro. Obediencia que viene del corazón, siempre que esto no se oponga a la voluntad de Dios; pero rechazo de cualquier dependencia cuando una autoridad humana pretenda reemplazar a Dios, ignorando la conciencia y los derechos de las personas.
Aquí se insiste en las virtudes sociales; lo mismo había sido en 2,5; 2,10 y también en 1 Tim 2,2 y 2,11.
Al que deforma el mensaje (10). El texto griego usa una palabra que significa «seleccionar», y que se puede traducir indiferentemente por «sectas» o «herejías». En vez de aceptar la fe tal como la transmite la Iglesia, el hereje escoge lo que personalmente le parece más importante y mejor. Rechaza una parte del mensaje y, junto con sus discípulos, abandona la Iglesia para formar su propio grupo. Al preferir su propio discernimiento a la doctrina de la Iglesia, pierde la actitud profunda de la fe y destruye la unidad del Cuerpo de Cristo, aun cuando haya sabido preservar la mayor parte del mensaje.