1 ¿Cuándo sucederá eso? ¿Cómo será? Sobre esto, hermanos, no necesitan que se les hable, 2 pues saben perfectamente que el día del Señor llega como un ladrón en plena noche. 3 Cuando todos se sientan en paz y seguridad, les caerá de repente la catástrofe encima, lo mismo que llegan los dolores de parto a la mujer em barazada, y nadie podrá escapar.
4 Pero ustedes, hermanos, no andan en tinieblas, de modo que ese día no los sorprenderá como hace el ladrón. 5 Todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día: no somos de la noche ni de las tinieblas. 6 Entonces no durmamos como los demás, sino permanezcamos sobrios y despiertos. 7 Los que duermen, duermen de noche, y los que se emborrachan, se emborrachan en la noche. 8 Nosotros, en cambio, por ser del día, permanezcamos despiertos; revistámonos de la fe y del amor como de una coraza, y sea nuestro casco la esperanza de la salvación.
9 Pues Dios no nos ha destinado a la condenación, sino a que hagamos nuestra la salvación por Cristo Jesús, nuestro Señor. 10 El murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. 11 Por eso anímense mutuamente y edifíquense juntos, como ya lo están haciendo.
12 Hermanos, les rogamos que se muestren agradecidos con los que trabajan para ustedes, los dirigen en el Señor y los corrigen. 13 Ténganles mucho aprecio y cariño por lo que hacen. Y vivan en paz entre ustedes.
14 Les rogamos también, hermanos, que reprendan a los indisciplinados, animen a los indecisos, sostengan a los débiles y tengan paciencia con todos. 15 Cuiden que nadie devuelva a otro mal por mal, sino constantemente procuren el bien entre ustedes y con los demás.
16 Estén siempre alegres, 17 oren sin cesar 18 y den gracias a Dios en toda ocasión; ésta es, por voluntad de Dios, su vocación de cristianos.
19 No apaguen el Espíritu, 20 no desprecien lo que dicen los profetas. 21 Examínenlo todo y quédense con lo bueno. 22 Eviten toda clase de mal, dondequiera lo encuentren.
23 Que el Dios de la paz los haga santos en toda su persona. Que se digne guardarlos sin reproche en su espíritu, su alma y su cuerpo hasta la venida de Cristo Jesús, nuestro Señor. 24 El que los llamó es fiel y así lo hará.
25 Hermanos, rueguen también por nosotros. 26 Saluden a todos los hermanos con el beso santo. 27 Les ordeno, en nombre del Señor, que se lea esta carta a todos los hermanos.
28 Que la gracia de Cristo Jesús, nuestro Señor, sea con ustedes.
Cristo viene de noche, y los creyentes son hijos de la luz. Hay, a este propósito, toda una parábola. Los que siguen sus malos instintos pertenecen a las tinieblas y se esconden para hacer el mal. En cambio, los hijos de la luz son irreprochables, transparentes ante Dios y no tienen nada que ocultar. El no creyente duerme sin prever, mientras que el creyente vigila; por eso le gusta orar de noche, como si aguardara con el día la venida de Cristo.
En cuanto a los que murieron, no están realmente muertos sino que descansan (10), listos para levantarse cuando el Señor venga.
Anímense mutuamente y edifíquense juntos (11). La Iglesia es la comunidad verdadera que el creyente necesita para crecer en la fe y para superar las pruebas. La ayuda de los hermanos será, en las dificultades, una señal del amor de Dios y de Cristo que nunca falta.
Según el versículo 12, después de apenas tres meses de evangelización, esta comunidad ya tenía sus responsables. ¿Y las nuestras?
No apaguen el Espíritu. Una comunidad como ésta, con tan pocas tradiciones y enseñanzas escritas, estaba pendiente de las intervenciones del Espíritu. Algunos de esos cristianos debieron haber tenido el carisma de profetas y haber recibido comunicaciones durante las asambleas eucarísticas. Por eso Pablo pide que se aprovechen tales mensajes espirituales, pero no sin antes haberlos examinado, como lo recordará en 1 Cor 14. Hay en esto un juego complejo, pues por un lado la comunidad se somete al Espíritu que habla por medio del profeta, y por otro debe —y también sus dirigentes— juzgar si realmente es el Espíritu de Dios.
Que se digne guardarlos sin reproche, en su espíritu, su alma y su cuerpo (23). Ni los judíos, ni la mayor parte de los griegos coincidían en nuestra definición del hombre como cuerpo y alma. Hablaban a la vez del «alma», que da la vida al cuerpo y se ocupa de las actividades materiales, y del «espíritu», que vive de la verdad y de la justicia.
La manera de hablar de Pablo, así como también la de los grandes espirituales cristianos, confirma esta concepción. Cuando Pablo habla de la vida profunda de los creyentes, no emplea el término «alma» sino «espíritu». Y si bien cuerpo y alma son nuestros, el espíritu nuestro, en cambio, según el lenguaje bíblico, es a la vez nuestro y de Dios: el aliento de Dios en nosotros. No es una parte de nosotros, sino que es más bien nuestra abertura a Dios. El hombre no está frente a Dios como ante un interlocutor que lo mira desde fuera; para comprender esta relación habría que partir de la que une a seres que se aman y que, de alguna manera, viven el uno para el otro.
Nuestra alma se expresa de diversas maneras, en el sueño por ejemplo. En cambio, descubrimos nuestro espíritu a través de nuestra experiencia de Dios. Sólo cuando veamos a Dios sabremos quienes somos.