1 Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes para darles a conocer el proyecto misterioso de Dios, no llegué con oratoria ni grandes teorías. 2 Con ustedes decidí no conocer más que a Jesús, el Mesías, y un Mesías crucificado. 3 Yo mismo me sentí débil ante ustedes, tímido y tembloroso. 4 Mis palabras y mi mensaje no contaron con los recursos de la oratoria, sino con manifestaciones de espíritu y poder, 5 para que su fe se apoyara no en sabiduría humana, sino en el poder de Dios.
6 Es verdad que con los “perfectos” hablamos de sabiduría, pero es una sabiduría que no procede de este mundo ni de sus poderes, que están para desaparecer. 7 Enseñamos el misterio de la sabiduría divina, el plan secreto que estableció Dios desde el principio para llevarnos a la gloria.
8 Esta sabiduría no fue conocida por ninguna de las cabezas de este mundo, pues de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la Gloria. 9 Recuerden la Escritura: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman.10 Pero a nosotros nos lo reveló Dios por medio de su Espíritu, pues el Espíritu escudriña todo, hasta las profundidades de Dios.
11 En efecto, nadie nos conoce como nuestro espíritu, porque está en nosotros. De igual modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios. 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, y por él entendemos lo que Dios nos ha regalado. 13 Hablamos, pues, de esto, no con los términos de la sabiduría humana, sino con los que nos enseña el Espíritu, expresando realidades espirituales para quienes son espirituales.
14 El que se queda al nivel de la psicología no acepta las cosas del Espíritu. Para él son tonterías y no las puede apreciar, pues se necesita una experiencia espiritual. 15 En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, y a él nadie lo puede juzgar. 16 ¿Quién ha conocido la forma de pensar del Señor y puede aconsejarle? Y precisamente nosotros tenemos la forma de pensar de Cristo.
Me sentí débil ante ustedes, tímido y tembloroso. Pablo debió haberse sentido muy débil cuando llevó el Evangelio por primera vez a una ciudad griega brillante, acostumbrada a la esclavitud y a la inmoralidad. Nosotros experimentamos los mismos sentimientos en la evangelización del mundo moderno. Es importante prepararse, pero ¿qué entendemos por prepararse? Saber cómo presentar el mensaje es menos importante que haber hecho la experiencia del mensaje. Pablo nos invita a aceptar el misterio de la cruz y a encontrar en ella la fuerza del Espíritu.
Con manifestaciones de Espíritu y poder. Véase 1 Tes 1,5: los milagros y los signos del Espíritu, la fuerza de la oración y del sufrimiento. El Espíritu sólo se comunicó después de la agonía y de la muerte de Jesús. Pero con el Espíritu podemos esperarlo todo. Las curaciones y milagros de nada sirven (pues el diablo los utiliza para sus propios fines) si no confirman la fe en Aquél que actúa por medio de los humildes.
Pablo nunca quiso pasar por sabio ni deslumbrar a sus auditores. Sin embargo habla de sabiduría con los perfectos. En esa época, algunas religiones llamaban perfectos a los que habían recibido una doctrina secreta reservada a una élite. También había algunos en la Iglesia que se consideraban como pertenecientes a una clase superior de creyentes, debido a los dones del Espíritu que habían recibido, sobre todo, los que se sentían capaces de hablar a cada momento de las cosas de la fe.
Pero Pablo les contrapone sus propios dones, tanto de profeta como de apóstol. Puede enseñar esas verdades esenciales que no necesitan de muchas palabras, pero que no pueden ser presentadas más que por los que han tenido la experiencia del Dios viviente. ¿Y cuáles son esos secretos? En primer lugar, lo que es Dios y lo que quiere darnos (v. 7 y 12).
A veces, al compararnos con los que siguen un camino espiritual fuera del cristianismo, nos da la impresión de que bajo palabras distintas decimos lo mismo. Es verdad que muchas veces tendremos las mismas actitudes y maneras de vivir, pero no debemos tener miedo en confesar las riquezas que Dios nos ha dado en Cristo, pues su Espíritu nos entrega lo que nadie más ha penetrado. El conocimiento que nos da es un don del Espíritu que hace madurar en nos otros la verdad única.
El que se queda al nivel de la psicología no alcanza la verdad de Cristo (Rom 7,14). Y al contrario, el hombre espiritual (no confundir con el intelectual) sabe por experiencia las cosas de Dios.
El hombre espiritual lo juzga todo y a él nadie lo puede juzgar. El que ve no puede convencer a un ciego de que existen los colores. Sin embargo los ve y sabe con certeza que si el otro no los ve, no es porque los colores no existan. Lo mismo ocurre con el hombre «espiritual» con respecto al que no lo es.