SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

Por el bautismo hemos muerto con Cristo

1 ¿Qué conclusión sacaremos? ¿Continuaremos pecando para que la gracia venga más abundante? ¡Por supuesto que no! 2 Si hemos muerto al pecado, ¿cómo volveremos a vivir en él?

3 ¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte? 4 Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. 5 Si la comunión en su muerte nos injertó en él, también compartiremos su resurrección.

6 Como ustedes saben, el hombre viejo que está en nosotros ha sido crucificado con Cristo. Las fuerzas vivas del pecado han sido destruidas para que no sirvamos más al pecado. 7 Hemos muerto, ¿no es cierto? Entonces ya no le debemos nada. 8 Pero si hemos muerto con Cristo, debemos creer que también viviremos con él. 9 Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; desde ahora la muerte no tiene poder sobre él.

10 Así, pues, si hay una muerte para el pecado que es para siempre, también hay un vivir que es vivir para Dios. 11 Así también ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

12 No dejen que el pecado tenga poder sobre este cuerpo —¡ha muerto!— y no obedezcan a sus deseos. 13 No le entreguen sus miembros, que vendrían a ser como armas perversas al servicio del pecado. Por el contrario, ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han vuelto de la muerte a la vida, y que sus miembros sean como armas santas al servicio de Dios. 14 El pecado ya no los volverá a dominar, pues no están bajo la Ley, sino bajo la gracia.

15 Díganme: el hecho de que ya no estemos bajo la Ley sino bajo la gracia, ¿nos autoriza a pecar? Claro que no. 16 Si se entregan a alguien como esclavos sumisos, ya serán esclavos de aquel a quien obedecen. Si ese dueño es el pecado, irán a la muerte, mientras que obedeciendo a la fe, alcanzarán una vida santa.

17 Así, pues, demos gracias a Dios, porque antes tenían como dueño al pecado, pero han obedecido de todo corazón a esa doctrina a la cual se han entregado. 18 Y, liberados del pecado, se hicieron esclavos del camino de justicia. 19 Ven que uso figuras muy humanas, pues tal vez les cueste entender.

Hubo un tiempo en que llevaron una vida desordenada e hicieron sus cuerpos esclavos de la impureza y del desorden, conviértanlos ahora en servidores de la justicia verdadera, para llegar a ser santos.

20 Cuando eran esclavos del pecado, se sentían muy libres respecto al camino de justicia. 21 Pero con todas esas cosas de las que ahora se avergüenzan, ¿cuál ha sido el fruto? Al final está la muerte. 22 Ahora, en cambio, siendo libres del pecado y sirviendo a Dios, trabajan para su propia santificación, y al final está la vida eterna. 23 El pecado paga un salario, y es la muerte. La vida eterna, en cambio, es el don de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.

  • Carta a los Colosenses 3,9
  • Primera Carta de Pedro 3,18
  • Carta a los Hebreos 9,26
  • Carta a los Romanos 8,3
  • Segunda Carta a los Corintios 5,2
  • Primera Carta de Pedro 2,24
  • Evangelio según Juan 8,34
  • Carta a los Gálatas 5,13
  • Evangelio según Juan 8,36
  • Carta a los Romanos 12,1
  • Evangelio según Juan 15,8
  • Carta a los Gálatas 5,8
  • Carta de Santiago 1,15
Rom 6,1

Hemos muerto al pecado. Cuando decimos que al llegar el Evangelio la Ley ha sido superada, corremos siempre el riesgo de ser mal comprendidos. Eso no significa que en adelante cada uno seguirá sus instintos. Decimos más bien que hemos sido liberados de una situación en la que la Ley parecía regirlo todo, pero de hecho el pecado encontraba una complicidad en nosotros. Y la razón de esto era que todavía no conocíamos a Dios como el Padre de Jesús, y nos faltaba la confianza con él. Muertos al pecado quiere decir que éste ya no encuentra en nosotros una respuesta. «Muertos» es la palabra precisa, pues ese ha sido un paso definitivo y ese paso está íntimamente ligado a la muerte de Cristo. Morir con él para resucitar con él; eso es lo que significa el bautismo.

En la Iglesia de los primeros tiempos se bautizaba sobre todo a adultos que habían sido evangelizados y que se comprometían con la comunidad del pueblo santo de Dios. El bautismo iba, pues, acompañado de una conversión. Cuando Pablo dice «bautismo», hay que entender por tal todo el camino de la conversión, incluido el catecumenado, la iniciación a la vida cristiana... Si no, el bautismo sólo sería un rito.

Hemos sido sumergidos en su muerte (3). El bautizado se ha unido al sacrificio de Cristo para beneficiarse de su entrada en la vida; es como aceptar un cambio total de vida.

Ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado (11). Es evidente que el bautismo, aunque se reciba con fe, no nos hace inmediatamente perfectos. ¿Vamos, pues, a seguir pendientes de los mandamientos? ¿Nos va a paralizar el miedo a las tentaciones y a los pecados cotidianos? ¡Cuidado con los escrúpulos y complejos de culpabilidad! Pablo nos propone otro camino y es el de creer que el pecado no tiene poder alguno sobre nosotros. Debemos tener los ojos fijos en Cristo, sabiendo que le pertenecemos y que es El quien nos transforma. Esta actitud de unión, aparentemente indiferente, es más eficaz que el nerviosismo. Ese era el camino que sugería Santa Teresita de Lisieux a los que se sentían incapaces de grandes cosas.

No dejen que el pecado tenga poder sobre este cuerpo (12). Aunque son conscientes de pertenecer a Cristo, los fieles cometen pecados todos los días. Pero sus pecados no los privan de lo esencial, la confianza en el Padre, y por eso se levantan después de cada falta (J 2,1). Saben que son y que seguirán siendo pecadores a quienes Dios perdona, pidiéndoles solamente que traten de ser mejores. En un comienzo nos parecerá que vamos conquistando poco a poco nuestra libertad, sometiéndonos de buen grado a las exigencias de una vida mejor. Luego descubriremos que esta libertad misma es un don de Dios, y no crece sino al ritmo que él ha decidido.

Rom 6,15

En la época de Pablo había esclavos que pasaban de un dueño a otro. Además, una persona libre endeudada podía ser vendida a su acreedor para pagar sus deudas. Pablo se sirve de esta imagen para enseñarnos a ser dóciles al Espíritu como si fuéramos esclavos que no son dueños de su suerte. Tratemos de discernir qué nos aconseja el Espíritu antes de tomar una decisión.

Vista desde fuera, la vida del cristiano puede parecer una esclavitud, pero el cristiano, en realidad, se siente libre y sabe que lo es. Podría citarse como ejemplo el de una madre que no deja a su niño enfermo, y sin embargo es muy libre, ya que no tiene otra ley más que el amor.

Muchos podrán pensar que Pablo se expresa en forma muy teórica y bien poco clara en esos capítulos 6 y 7. En realidad, quería que sintiéramos ese algo extraorodinariamente nuevo que hay en la vida cristiana, pero también veía que muchos de los que lo escuchaban no eran capaces de sentir lo que él sentía, porque no habían tenido las mismas experiencias de vida «en el Espíritu». Para ellos era difícil entender lo que es esa vida donde ya no hay obligaciones, pero donde tampoco tiene lugar el pecado. En el versículo 19, Pablo dice graciosamente: Uso estas comparaciones para ayudarles, porque ustedes no son todavía muy espirituales y esto se les escapa, pero sin embargo es así; aspiren pues a su verdadera libertad.

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