0 La infancia de Juan y de Jesús (1,5—2,52).
Este evangelio de la infancia presenta personajes del pueblo judÍo que de antemano son instruidos en el misterio de Jesús y de la salvación de todas las naciones.
1 Algunas personas han hecho empeño por ordenar una narración de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros, 2 tal como nos han sido transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra. 3 Después de haber investigado cui dadosamente todo desde el principio, también a mí me ha parecido bueno escribir un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo. 4 De este modo podrás verificar la solidez de la catequesis que has recibido.
5 Siendo Herodes rey de Judea, vivía allí un sacerdote llamado Zacarías. Pertenecía al grupo sacerdotal de Abías, y su esposa, llamada Isabel, era también descendiente de una familia de sacerdotes. 6 Ambos eran personas muy cumplidoras a los ojos de Dios y se esmeraban en practicar todos los mandamientos y leyes del Señor. 7 No tenían hijos, pues Isabel no podía tener familia, y los dos eran ya de edad avanzada.
8 Mientras Zacarías y los otros sacerdotes de su grupo estaban oficiando ante el Señor, 9 le tocó a él en suerte, según las costumbres de los sacerdotes, entrar en el Santuario del Señor para ofrecer el incienso. 10 Cuando llegó la hora del incienso, toda la gente estaba orando afuera, en los patios. 11 En esto se le apareció un ángel del Señor, de pie, al lado derecho del altar del incienso. 12 Zacarías se turbó al verlo y el temor se apoderó de él.
13 Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada. Tu esposa Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. 14 Será para ti un gozo muy grande, y muchos más se alegrarán con su nacimiento, 15 porque este hijo tuyo será un gran servidor del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre. 16 Por medio de él muchos hijos de Israel volverán al Señor, su Dios. 17 El mismo abrirá el camino al Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, reconciliará a padres e hijos y llevará a los rebeldes a la sabiduría de los buenos. De este modo preparará al Señor un pueblo bien dispuesto.»
18 Zacarías dijo al ángel: «¿Quién me lo puede asegurar? Yo ya soy viejo y mi esposa también.» 19 El ángel contestó: «Yo soy Gabriel, el que tiene entrada al consejo de Dios, y he sido enviado para hablar contigo y comunicarte esta buena noticia. 20 Mis palabras se cumplirán a su debido tiempo, pero tú, por no haber creído, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto ocurra.»
21 El pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaban de que se demorase tanto en el Santuario. 22 Cuando finalmente salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Intentaba comunicarse por señas, pues permanecía mudo.
23 Al terminar el tiempo de su servicio, Zacarías regresó a su casa, 24 y poco después su esposa Isabel quedó embarazada. Durante cinco meses permaneció retirada, pensando: 25 «¡Qué no ha hecho por mí el Señor! Es ahora cuando quiso liberarme de mi vergüenza.»
26 Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
28 Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29 María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo.
30 Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. 31 Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. 32 Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; 33 gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»
34 María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» 35 Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. 36 También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. 37 Para Dios, nada es imposible.»
38 Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel.
39 Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. 40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo 42 y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? 44 Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. 45 ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!»
46 María dijo entonces:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
47 y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
48 porque se fijó en su humilde esclava,
y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz.
49 El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
¡Santo es su Nombre!
50 Muestra su misericordia siglo tras siglo
a todos aquellos que viven en su presencia.
51 Dio un golpe con todo su poder:
deshizo a los soberbios y sus planes.
52 Derribó a los poderosos de sus tronos
y exaltó a los humildes.
53 Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
54 Socorrió a Israel, su siervo,
se acordó de su misericordia,
55 como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a sus descendientes para siempre.
56 María se quedó unos tres meses con Isabel, y después volvió a su casa.
57 Cuando le llegó a Isabel su día, dio a luz un hijo, 58 y sus vecinos y parientes se alegraron con ella al enterarse de la misericordia tan grande que el Señor le había mostrado.
59 Al octavo día vinieron para cumplir con el niño el rito de la circuncisión, 60 y querían ponerle por nombre Zacarías, por llamarse así su padre. Pero la madre dijo: «No, se llamará Juan.» 61 Los otros dijeron: «Pero si no hay nadie en tu familia que se llame así.» 62 Preguntaron por señas al padre cómo quería que lo llamasen. 63 Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan», por lo que todos se quedaron extrañados. 64 En ese mismo instante se le soltó la lengua y comenzó a alabar a Dios.
65 Un santo temor se apoderó del ve cindario, y estos acontecimientos se comentaban en toda la región montañosa de Judea. 66 La gente que lo oía quedaba pensativa y decía: «¿Qué va a ser este niño?» Porque comprendían que la mano del Señor estaba con él. 67 Su padre, Za ca rías, lleno del Espíritu Santo, empezó a recitar estos versos proféticos:
68 Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
69 Ahora sale triunfante nuestra salvación
en la casa de David, su siervo,
70 como lo había dicho desde tiempos antiguos
por boca de sus santos profetas:
71 que nos salvaría de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
72 que nos mostraría el amor que tiene a nuestros padres
y cómo recuerda su santa alianza.
73 Pues juró a nuestro padre Abraham
74 que nos libraría de nuestros enemigos
para que lo sirvamos sin temor, 75 justos y santos,
todos los días de nuestra vida.
76 Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo
porque irás delante del Señor para prepararle sus caminos,
77 para decir a su pueblo lo que será su salvación.
Pues van a recibir el perdón de sus pecados,
78 obra de la misericordia de nuestro Dios,
cuando venga de lo alto para visitarnos
cual sol naciente,
79 iluminando a los que viven en tinieblas,
sentados en la sombra de la muerte,
y guiar nuestros pasos por un sendero de paz.
80 A medida que el niño iba creciendo, le vino la fuerza del Espíritu. Vivió en lugares apartados hasta el día en que se manifestó a Israel.
Lucas dedica su libro a Teófilo, un cristiano acomodado. Siguiendo la costumbre de la época, le entrega su manuscrito para que haga copiar varios ejemplares por su cuenta ya que aún no existía la imprenta. También a él le dedicará el libro de Los Hechos de los Apóstoles.
Los acontecimientos que se han cumplido. Este verbo indica que ya se ha alcanzado el término. A lo largo de toda la historia se esperaba algo más grande o mejor, pero ahora ha llegado lo que más importa: la buena nueva definitiva.
Lucas conoce personalmente a los primeros testigos del Evangelio y ha participado en las misiones de Pablo que posteriormente relatará en los Hechos.
Después de haber investigado todo desde el principio. Los dos primeros capítulos de este Evangelio nos hablan de la infancia de Jesús, como lo hace también el Evangelio de Mateo, pero el espíritu es totalmente diferente (véase la nota de Mt 2,1). Lucas ha investigado los testimonios y utilizado un documento muy antiguo de las comunidades cristianas de Palestina.
La catequesis que has recibido. El griego dice: las cosas de las que has sido “catequizado”; ese verbo que se deriva de la palabra “eco” designa la enseñanza que el discípulo es capaz de repetir como un eco de la palabra del maestro. El Evangelio nos transmite tradiciones ya escritas que eran el núcleo de la catequesis. ¡Feliz época en la que las palabras del Evangelio eran las primeras que los bautizados aprendían de memoria!
Este Evangelio empieza en el Templo y termina en el Templo; todo transcurrirá en un ambiente estrictamente judío. La obra de Dios comienza entre creyentes sencillos, había muchos en Israel, y a los que los salmos llamaban los “pobres de Yahvé”.
Siendo Herodes rey de Judea. Este Herodes, conocido como Herodes el Grande, era el padre del “tetrarca” Herodes del que se habla en 3,1 y al que conoció Jesús (23,8). Su nombre recuerda un período difícil.
Todo el relato que aquí comienza ha tomado el estilo y las imágenes de la Biblia griega, aunque en ella muy poco se hablaba de la infancia. En aquella época los niños eran poco importantes; una palabra que se puede traducir por “chiquillería” designaba todo lo que pertenecía todavía al mundo de las mujeres. Sobre la niñez no existía más que la bella historia de Ana y de Samuel (1Sa 1-2). Se encontrarán varios rasgos de aquella historia en los 7 cuadros que siguen:
La anunciación de Juan
La anunciación de Jesús
La visitación
El nacimiento de Juan
El nacimiento de Jesús
La presentación
Jesús en el Templo.
Había un cierto número de familias sacerdotales, llamadas descendientes de Aarón. Zaca-rías pertenecía a la clase de los sacerdotes ordinarios que venían por turnos a servir en Jerusalén durante un mes. Fuera de esos períodos cultivaban sus campos o ejercían oficios humildes. Respecto a los clanes de sacerdotes véase 1Cr 24. Motivados por la Escritura y fortalecidos por la solidaridad de sus hermanos, los sacerdotes conformaban en el pueblo como una red más interiorizada de la esperanza de Israel.
Isabel no podía tener familia, al igual que Sara, Rebeca, Raquel, ilustres antepasadas del pueblo de Israel, y Ana, madre del profeta Samuel. Con esto se harían más evidentes la bondad y el poder de Dios para con los humildes y despreciados (1Sam 1).
Zacarías había deseado un hijo, pero ya no lo esperaba. Por otra parte acababa de pedir en el Templo la salvación que Dios había anunciado a su pueblo. Se le promete lo uno y lo otro.
No beberá vino. En Israel los hombres podían consagrarse a Dios de esta manera: no se cortaban el pelo ni bebían bebidas alcohólicas, y se apartaban del mundo por un tiempo (Núm 6). Eran llamados nazireos.
El hijo de Zacarías será un nazireo desde el seno de su madre y hasta el fin de su vida, como había sido el caso de Sansón (Jue 13,3). Juan Bautista será un modelo de austeridad (Mc 1,6). Jesús seguirá un camino diferente (Lc 7,33-34).
El ángel indica a continuación cuál será la misión de Juan, hijo de Zacarías. El pueblo estaba convencido de que el profeta Elías, llevado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11), volvería a la tierra para preparar la venida del Dios salvador (Mal 4,23). En la realidad Juan Bautista no será una reencarnación de Elías sino un profeta a su imagen. “Abrirá el camino al Señor”, como el heraldo que precede a su señor. Para Lucas el Señor es Jesús.
Reconciliar a los padres... Se refiere a una sociedad en la que hay grandes tensiones entre las corrientes conservadoras y las de los que buscan caminos nuevos.
Así comienza la Buena Nueva: en un rincón del mundo y con una pareja de ancianos que no tenían hijos, porque nada hay imposible para Dios.
El relato de esta segunda anunciación contrapone la persona de Juan a la de Jesús y la actitud de Zacarías a la de María. Ambos relatos se complementan para destacar las dos grandes características de Dios en la Biblia: la fidelidad y la gracia.
La falta de fe de Zacarías en ese momento no impide que haya sido un sacerdote fiel, y Dios, siempre fiel, quiso valerse de él para coronar la larga espera de un pueblo que perseveró en la oración y en la observancia de la Ley. En cambio, en el llamado a María nada se dice de su vida anterior, sólo cae la palabra de Dios que la eligió entre todas; la gracia de Dios la sitúa inmediatamente en un plano con el cual nadie jamás soñó.
Lucas usa tres veces la palabra virgen. Al hacerlo retoma la profecía muy importante de Isaías 7,14 que cita en 1,31. A diferencia de la palabra hebrea que puede significar tanto una virgen como una joven madre, Lucas se basó en la Biblia griega, que es muy precisa. Quiere que recaigan sobre María las palabras de los profetas, que afirmaban que Dios sería acogido por la virgen de Israel. Dios quería encontrar a un pueblo que hubiese abandonado sus amos y sus ídolos para no ser más que de él.
Encontramos a menudo en la Biblia la imagen del matrimonio de Dios con su pueblo. María es la Virgen y su Hijo será Dios-con nosotros, tal como se lee en Is 7,14. Esta virginidad es como una garantía de la alianza nueva que Dios pacta con la humanidad.
Jesús es el Hijo, nacido de Dios en la eternidad; también es en toda su persona el hijo de María y el portador de su herencia humana, que desborda ampliamente el campo de la carne, de la sangre y de los cromosomas. Su concepción en María es el fruto del acto de fe en el que María se comprometió por entero: ella era sólo de Dios y nunca podría ser de otro, sino sólo suya.
María ya está comprometida con José, lo que, según la ley judía, le daba todos los derechos del matrimonio (Mt 1,20). Prometida a José, María ya era suya, pero quedando bajo el techo paterno. A raíz del matrimonio José “la llevaría a su casa” (Mt 1,24) y dependería legalmente de él.
Únicamente María podía comunicar a la Iglesia primitiva el secreto de la concepción de Jesús. El Evangelio nos transmite las palabras y figuras bíblicas que le permitieron expresar este encuentro con Dios.
Un ángel ha sido enviado: espíritu enviado por Dios-Espíritu, reflejo de Dios, que en la aparición solamente muestra y dice lo que Dios está realizando en el alma de María. Lucas nos señala su nombre: Gabriel. Según las tradiciones judías era uno de los ángeles de más alto rango y también era el que anunciaba los últimos tiempos en Dn 8,16 y 9,21. Todo esto significa que para María todo comenzó con la certeza de estar en el lugar y a la hora en que se decidía la suerte del mundo.
Alégrate. Es la forma griega de saludo, pero también es el llamado gozoso que los profetas dirigían a la “hija de Sión”, o sea, a la comunidad de los humildes que se mantenían a la espera de la salvación (So 3,14; Za 9,9).
Llena de gracia. El texto griego dice: la amada, la favorecida. Otros habían sido amados, elegidos, pero aquí ese calificativo pasa a ser el nuevo nombre de María. La traducción habitual “llena de gracia” no es exacta en el sentido estricto, pero sí vale teniendo en cuenta el contexto. Llamamos gracia lo que se origina en el Dios viviente pero que ha de germinar en la tierra (Is 45,8; Sal 85,11). María es llena de gracia ya que Jesús ha de nacer de ella como nace del Padre.
El ángel revela a María la identidad y la misión del hijo que va a concebir. Primero lo expresa con las imágenes del Antiguo Testamento, inspirándose en los anuncios de personajes famosos, después, cuando contesta a María, declara el misterio de Dios Trinidad.
Concebirás en tu seno: véase Gén 16,1; Ex 3,11; Jue 6,11. Ya hablamos de la alusión a Isaías 7,14, que anunciaba al Emmanuel, es decir, al Dios con nosotros. María lo llamará Jesús, que quiere decir Salvador.
El ángel aplica a Jesús la profecía de Natán en 2Sam 7,9-16: será el Mesías, descendiente de David (véase 1,27). En el centro de esa promesa se encuentra el anuncio de un reino de justicia y de paz, pero el ángel sólo señala la grandeza del Mesías, hijo de Dios: será grande, sin más, y no grande ante Dios como se dice de Juan Bautista (1,15). Gobernará al pueblo de Jacob, o sea, de Israel: véase Is 7,16; 9,6; Mi 5,2.
El texto dice: “Cómo puede ser esto si no conozco varón”. Conocer tiene aquí el sentido de tener relaciones. Para María las palabras del ángel significan que va a concebir inmediatamente, y ahí es cuando adquiere todo su sentido el título de virgen que Lucas puso en el comienzo.
Se podría preguntar sobre las relaciones mutuas de María y de José, pero lo único cierto es que ella concibió en ese mismo momento por el Espíritu de Dios. Sin embargo sería extraño que en tal relato María no hubiese hecho alusión a José, si es que de un momento a otro debían unirse, y tampoco el ángel tuvo necesidad de nombrarlo para descartarlo.
Todo se vuelve más transparente si se piensa que María ya se había reservado para el Único. Tal decisión era muy extraña en la mentalidad judía, pero no es menos cierto que el Evangelio se ha manifestado en todas las épocas por decisiones nuevas y muy sorprendentes para los contemporáneos.
Respecto de la virginidad de María después de la concepción de Jesús, cabe recordar que “María siempre virgen” es una afirmación constante en la tradición cristiana, que no ha hecho más que profundizar la Escritura. ¿Cómo podría ser que después de haber sido amada en forma tan singular y visitada por Dios para que en ella se realizase su alianza definitiva con los hombres, María volviera atrás hacia un amor humano y se diera a otro, aun cuando fuera José, un perfecto siervo de Dios?
Respecto a los “hermanos de Jesús”, véase la nota en Mc 3,31.
El ángel expresa la personalidad de Jesús y lo sitúa dentro del misterio de Dios, como el Hijo único de Dios. El Poder del Altísimo es, como en Lc 24,49 otra forma de designar al Espíritu que es el “Soplo”, portador de las energías divinas.
La servidora del Señor. María expresa su disponibilidad. De ella nacerá quien es a la vez el “siervo” anunciado por los profetas (Is 42,1; 50,1; 52,13) y el Hijo (Heb 1).
La palabra “servidora” podría confundir a quienes consideran que Dios utiliza, más bien que ama, a sus servidores. Dios no buscaba una sierva que solamente diera a su Hijo un cuerpo humano: esa sierva sería madre plenamente del que concibió en un acto de fe.
A través de la historia los juicios eternos de Dios se han realizado gracias a la libre respuesta de aquellos a los que llamó. Aquí, al entrar él mismo en la familia humana, a María le corresponde acogerlo en nombre de la humanidad entera. La “madre del Señor” es la primera amada y sobre ella desciende el Espíritu en los albores de una obra de gracia en que todo procederá del amor de Dios.
Tomó su decisión y se fue: es el sentido de la fórmula hebrea “se levantó y se fue”. María obedece a una intuición profética.
Partió para una misión, pero también esperaba algo. Como es regla para cualquier revelación recibida en privado, necesitaba que otra persona le confirmara lo que ella misma había entendido. La palabra de Isabel a María es la respuesta y María recibe el título de “madre del Señor”.
Juan Bautista no es olvidado. María se ha convertido en el templo de Dios y comunica el Espíritu de Dios que es el Espíritu de Jesús. En ese momento se cumplen en Juan Bautista las palabras de Jer 1,5. Lo mismo ocurrirá con Pablo y con todos aquellos que han recibido de Dios más que lo que han recibido de sus padres.
¡Dichosa por haber creído!, porque esta fe era la única cosa que podía ofrecer a Dios y valía para él más que el mundo entero.
En el pueblo judío, aunque era el más alfabetizado del imperio romano, la cultura seguía siendo esencialmente oral. Todo acontecimiento familiar o local era traducido inmediatamente en prosa rítmica, según normas que permitían memorizarlo.
No se concebía un nacimiento, un deceso, sin tal recitación, y quienes se encargaban de ello eran habitualmente las mujeres. Es en esa “literatura oral” donde aprendían y encontraban las sentencias de la Escritura. Cuando esas recitaciones estaban bien compuestas, los testigos y los vecinos las retenían y así podían permanecer vivas por muchos años.
María no esperó estar en casa de Zacarías para improvisar el Magníficat. Se había dicho a sí misma y había dicho al hijo que llevaba en su seno cuál sería su nombre y cómo lo merecería. Lucas recibió el canto de la comunidad cristiana y dejó en aquel texto de María lo que tenía de fresco, de primaveral... y de judío.
Ante todo está la acción de gracias, que será ca racterística de los tiempos del Evangelio, el alma de nuestras “eucaristías”. María se ve en el centro de la obra divina, y también se ve co mo un ejemplo de la manera divina de guiar al mundo. Anuncia una revolución ya em pe zada con la venida del Salvador, que con tinuará a lo largo de la historia: véase Lc 6,20.
El cántico no olvida en absoluto la ex pec tación del pueblo de Israel, que clamaba para que se tomaran en cuenta a los pobres; hasta el fin del mundo será ésta una de las líneas directrices del esfuerzo humano. Afirma sin embargo que desde ya lo más característico de las intervenciones de Dios será que mira al que no tiene nada y que no es nada.
Toda la infancia de Jesús transcurrió en una provincia cuyas riquezas eran saqueadas por el opresor romano y por los grandes pro pietarios, que generalmente vivían en el ex tranjero. En ese mundo no se vivía, sino que se so brevivía, ayudándose los pobres entre sí, y nadie tenía asegurado el mañana.
Los ricos en cambio eran globalmente cínicos y negociantes que habían renegado de la esperanza de Israel.
Dios cumplió sus promesas, todas sus promesas: ¡ya está hecho! Pero no hay que dejarse engañar por las palabras; se sabe que, incluso con el Mesías, habrá todavía una larga historia: todas las generaciones...
El rito de la circuncisión integraba a los varones en la comunidad religiosa (Gén 17).
Juan Bautista se manifestará en la región de Judá cercana a Jericó (3,2).