2 ¡Oh Señor, nuestro Dios, qué grande es tu nombre en toda la tierra! Y tu gloria por encima de los cielos.
3 Hasta bocas de niños y lactantes recuerdan tu poder a tus contrarios y confunden a enemigos y rebeldes.
4 Al ver tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has fijado, 5 ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿qué es el hijo de Adán para que cuides de él?
6 Un poco inferior a un dios lo hiciste,
lo coronaste de gloria y esplendor. 7 Has hecho que domine las obras de tus manos, tú lo has puesto todo bajo sus pies: 8 ovejas y bueyes por doquier, y también los animales silvestres, 9 aves del cielo y peces del mar,y cuantos surcan las sendas del océano.
10 ¡Oh Señor, Dios nuestro, qué grande es tu Nombre en toda la tierra!
Nuestra cultura liberal reconoce solamente a individuos, a «seres humanos» ávidos de gozar de la vida en la medida que se lo permitan su fortuna y su buena salud.
Los seres humanos luchan por afirmar su propia identidad y sueñan con ser totalmente independientes; pero no por eso dejan de ser «cántaros de greda entre cántaros de greda». Este salmo, al contrario, recalca la dignidad de la persona humana que se despierta al llamado de Dios y que crece bajo su mirada.
La Biblia, al hablar de los hijos de Adán los considera a la vez como personas y como un todo: Adán, o el Hombre, o la Humanidad. La cabeza de este ser único es Cristo, quien debe llegar a ser el dueño de toda la creación: ver al respecto cómo los apóstoles y evangelistas aplican a Jesús las palabras de este salmo: Mt 21,16; 1 Cor 15,27; Ef 1,22; Heb 2,6-8.
Nadie puede construirse a sí mismo si primero no ha hallado su misión en el mundo; uno no es nada sin la masa de sus hermanos que luchan o vegetan en los hormigueros del mundo entero.