SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

(146-147)

Alégrate, Jerusalén.

Alégrese la Iglesia, porque su Señor «reforzó los cerrojos de sus puertas». Los poderes del mal y de la muerte no la podrán vencer. Bendijo a sus hijos y les dio «su» paz, no como la del mundo. La alimenta con su palabra y con la flor del trigo: su cuerpo hecho Pan de Vida.

1 Alaben al Señor porque él es bueno,

canten a nuestro Dios porque es amable,

porque a él le conviene la alabanza.

2 Reconstruye el Señor Jerusalén,

reúne a los exiliados de Israel,

3 sana los corazones destrozados

y venda sus heridas.

4 El cuenta las estrellas una a una

y llama a cada una por su nombre.

5 Grande es nuestro Señor, todo lo puede,

no se puede medir su inteligencia.

6 Reanima el Señor a los humildes,

pero humillla hasta el polvo a los malvados.

7 Entonen al Señor la acción de gracias,

para nuestro Dios toquen sus arpas.

8 Porque él cubre de nubes los cielos,

y prepara las lluvias de la tierra,

hace brotar la hierba en las colinas

y las plantas que el hombre ha de cultivar;

9 él entrega a las bestias su alimento

y a las crías del cuervo cuando graznan.

10 No le atraen los bríos del caballo,

ni un hombre por sus músculos le agrada;

11 se complace el Señor en los que le temen,

en los que esperan en su amor.

12 ¡Glorifica al Señor, Jerusalén,

a tu Dios alaba, oh Sión!

13 El refuerza las trancas de tus puertas

y bendice a tus hijos en tu seno;

14 guarda en paz tus fronteras,

te da del mejor trigo en abundancia.

15 Si a la tierra envía su mensaje,

su palabra corre rápidamente;

16 esparce la nieve como lana

y derrama la escarcha cual ceniza.

17 En trocitos arroja su granizo,

¿a su frío quién puede resistir?

18 Envía su palabra y los derrite,

sopla su viento y corren las aguas.

19 A Jacob le revela su palabra,

sus leyes y sus juicios a Israel.

20 Con ningún otro pueblo ha actuado así,

ni les dio a conocer sus decisiones.

¡Aleluya!

Sal 147,1

Para los judíos, Jerusalén, más que la capital, era la Ciudad Santa, donde Yavé habitaba oculto en la nube del Templo, y cuya presencia protegía la ciudad y el pueblo contra las fuerzas hostiles: Jerusalén prefigura a la Iglesia.

Nuestro Dios colma la distancia entre el orden del Universo y la vida de cada uno de nosotros. Llama a las estrellas por su nombre y ayuda a los humildes. Está íntimamente cerca de cada uno de sus hijos pero también llega a ellos a través de su Iglesia, tan frustrante en muchos casos.

Los judíos se maravillaban del cambio del agua en hielo: ¿Cómo podía Dios transformar los elementos? ¡De igual modo debemos maravillarnos cuando, de manera imprevista, Dios deshiela en nuestro mundo tantas situaciones que parecían solidificadas!

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