1 Siete mujeres se pelearán por un solo hombre en ese día,
y le suplicarán:
«Nos alimentaremos por nuestra cuenta,
y lo mismo nos vestiremos nosotras,
permítenos solamente llevar tu apellido,
para salvar así nuestra honra.»
2 Aquel día, el Brote de Yavé será ornamento y gloria de los salvados de Israel; el Fruto de la tierra será su orgullo y esplendor. 3 A los que queden de Sión y al resto de Jerusalén se los llamará santos, pues sus nombres fueron escritos para que tengan vida en Jerusalén.
El Señor viene para 4 lavar de sus inmundicias a las hijas de Sión, y para limpiar a Jerusalén de la sangre que ha sido derramada en ella, con el soplo de su justicia que es un soplo de fuego. 5 Entonces habrá sobre el cerro Sión y sobre su Asamblea santa, una nube de día y como resplandor de fuego llameante por la noche. La Gloria de Yavé se extenderá por encima como un toldo 6 o una tienda, para dar sombra contra el calor del día, refugio y amparo contra el temporal.
En la historia agitada de los pueblos, la Biblia deja que se perfile un pueblo pequeño y de poca apariencia. En este pueblo aparece y luego se afianza un grupo escogido, llamado «resto», el cual se va reduciendo como la cumbre de una pirámide hasta que no sea más que un hombre, el Salvador. Este es llamado aquí «el fruto de la tierra». Al mismo tiempo es llamado «brote», porque será el «brote» de la humanidad nueva.
Aquí, igual que en 1,27, la descripción del reino de Dios comienza por un juicio. Eso significa que el hombre por sí mismo no puede construir la ciudad definitiva. Isaías muestra a la vez el pecado de los individuos y el pecado de la nación como tal. Ningún pueblo puede presentarse como el reino de Dios en la tierra. El pueblo judío, dirigido por la Ley de Moisés, y el reino de David consagrado por Dios no representan pues más que una primera etapa de la historia santa. Tendrían que renunciar a sus ambiciones y a sus límites humanos (¡un reino de Dios en Palestina!) para entrar en una nueva alianza con Dios: véase Jeremías 31,31. Cristo es quien juzga al mundo (Jn 12,31) y quien le concede el perdón de los pecados (Jn 20,22).
También, como en 2,2, el Reino de Dios es un lugar en que Dios se hace presente a los hombres: ver la Nube y la columna de fuego en Ex 13,21. «En el monte Sión» Dios será toldo contra el calor diurno:
Procurará el descanso a los fatigados: «Vengan a mí y los aliviaré» (Mt 11,28).
Las corrientes nuevas del mundo podrán quemar al hombre aislado y desprevenido, no al que vive en la comunidad de la Iglesia.
Sin embargo, parece que sólo un pequeño resto está reunido en la colina de Sión. No digamos que sólo un pequeño número de elegidos (del cual formaríamos parte por supuesto) se salvará por la eternidad. Es mejor decir que la Iglesia tendrá siempre en este mundo la apariencia de un pequeño resto, y en ella, por muy extendida que esté, sólo un pequeño resto vivirá de las promesas de Dios (Lc 12,32).