SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén

1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos 2 diciéndoles: «Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. 3 Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo devolverá cuanto antes.»

4 Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Por qué sueltan ese burro?» 6 Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron.

7 Trajeron el burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. 8 Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. 9 Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!10 ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!»

11 Entró Jesús en Jerusalén y se fue al Templo. Observó todo a su alrededor y, siendo ya tarde, salió con los Doce para volver a Betania.

Jesús maldice a la higuera

12 Al día siguiente, cuando sa lían de Betania, sintió hambre. 13 A lo lejos divisó una higuera llena de hojas y fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó, pero no encontró más que hojas, pues todavía no era tiempo de higos. 14 Entonces Jesús dijo a la higuera: «¡Que nadie coma fruto de ti nunca jamás!» Y sus discípulos lo oyeron.

Jesús expulsa del Templo a los vendedores

15 Llegaron a Jerusalén, y Jesús fue al Templo. Comenzó a echar fuera a los que se dedicaban a vender y a comprar dentro del recinto mismo. Volcaba las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los vendedores de palomas, 16 y no permitía a nadie transportar cosas por el Templo.

17 Luego se puso a enseñar y les dijo: «¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!»

18 Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron de lo ocurrido y pensaron deshacerse de él; le tenían miedo al ver el impacto que su enseñanza producía sobre el pueblo.

19 Cada día salían de la ciudad al anochecer.

El poder de la fe

20 Cuando pasaban de madrugada, los discípulos vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. 21 Pedro se acordó, y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.»

22 Jesús respondió: «Tengan fe en Dios. 23 Yo les aseguro que el que diga a ese cerro: ¡Levántate de ahí y arrójate al mar!, si no duda en su corazón y cree que sucederá como dice, se le concederá. 24 Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo obtendrán. 25 Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, 26 para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas.»

¿Con qué autoridad haces esto?

27 Volvieron a Jerusalén, y mientras Jesús estaba caminando por el Templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y las autoridades judías, 28 y le preguntaron: «¿Con qué derecho has actuado de esa forma? ¿Quién te ha autorizado a hacer lo que haces?»

29 Jesús les contestó: «Les voy a hacer yo a ustedes una sola pregunta, y si me contestan, les diré con qué derecho hago lo que hago. Háblenme 30 del bautismo de Juan. Este asunto ¿venía de Dios o era cosa de los hombres?

31 Ellos comentaron entre sí: «Si decimos que este asunto era obra de Dios, nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron?» 32 Pero tampoco podían decir delante del pueblo que era cosa de hombres, porque todos consideraban a Juan como un profeta. 33 Por eso respondieron a Jesús: «No lo sabemos.» Y Jesús les contestó: «Entonces tampoco yo les diré con qué autoridad hago estas cosas.»

  • Evangelio según Mateo 21,1
  • Evangelio según Lucas 19,28
  • Evangelio según Marcos 14,26
  • Zacarías 14,4
  • Zacarías 9,9
  • Isaías 62,11
  • Salmos 118,25
  • Evangelio según Mateo 21,10
  • Evangelio según Lucas 19,45
  • Evangelio según Marcos 11,15
  • Evangelio según Lucas 19,39
  • Evangelio según Mateo 21,18
  • Jeremías 8,13
  • Oseas 9,16
  • Miqueas 7,1
  • Evangelio según Mateo 21,12
  • Evangelio según Lucas 19,45
  • Evangelio según Mateo 22,33
  • Evangelio según Lucas 21,37
  • Evangelio según Mateo 21,10
  • Evangelio según Marcos 11,11
  • Evangelio según Lucas 19,39
  • Zacarías 14,21
  • Isaías 56,7
  • Jeremías 7,11
  • Evangelio según Marcos 3,6
  • Evangelio según Marcos 14,1
  • Evangelio según Lucas 21,37
  • Evangelio según Mateo 21,17
  • Evangelio según Mateo 21,20
  • Evangelio según Mateo 6,14
  • Evangelio según Mateo 17,14
  • Evangelio según Marcos 9,14
  • Evangelio según Lucas 9,37
  • Evangelio según Mateo 21,21
  • Evangelio según Lucas 17,6
  • Evangelio según Mateo 17,20
  • Evangelio según Lucas 17,5
  • Isaías 40,4
  • Primera Carta a los Corintios 13,2
  • Evangelio según Juan 11,22
  • Evangelio según Mateo 5,23
  • Evangelio según Mateo 6,15
  • Carta a los Efesios 4,32
  • Carta a los Colosenses 3,13
  • Primera Carta de Pedro 3,7
  • Evangelio según Mateo 21,23
  • Evangelio según Lucas 20,1
  • Evangelio según Lucas 17,6
  • Evangelio según Mateo 14,5
Mc 11,1

Véase el comentario de Mt 21,1.

El grupo que acompañaba a Jesús venía de Jericó, que era el camino habitual, y había subido por la ruta del desierto, que no estaba libre de bandidos (Lc 10,30). Se pasaba por Betfagé y Betania antes de alcanzar la cumbre del monte de los Olivos, luego se bajaba a la quebrada del Cedrón, teniendo a la vista el monte del Templo con sus patios y sus edificaciones.

Al ver a Jesús en el cortejo, los galileos piensan que va a hacerse proclamar como el Mesías.

Dos gestos proféticos de Jesús: el burro y la higuera (véase Mt 21,18). Con respecto al cortejo de ramos véase la nota de Mt 21,1.

Mc 11,7

En este momento en que su misión estaba terminando, había llegado para Jesús la hora de definirse públicamente. Él era el Enviado de Dios y no habría otro después de él.

Había sido enviado por Dios a toda la humanidad, pero sería en primer lugar el Salvador del pueblo judío. Y vino precisamente cuando este pueblo necesitaba ser salvado, porque las cosas andaban muy mal.

Los profetas habían anunciado a un rey pacífico que visitaría a su pueblo, no montado en un caballo como los militares de aquel tiempo, sino en un burro, como la gente que no llevaba armas (Za 9,9). Por eso también este animalito viene para dar cumplimiento a las Escrituras.

Los judíos no esperaban que su Salvador se presentaría en forma tan humilde. A lo largo de su historia Dios los había salvado de la opresión y del hambre por medio de líderes prestigiosos. Esta vez venía en persona a traerles el verdadero camino de la salvación, mediante el perdón y la no-violencia, pero no lo reconocieron.

Mc 11,12

Véase el comentario de Mt 21,18.

La escena de la higuera maldecida es un “gesto profético”. Se encuentran ejemplos semejantes en los libros de los Profetas (Is 20,2; Jr 27,2; Ez 5,1; 12,3…). La actuación extraña de Jesús que busca higos fuera de temporada y que después maldice el árbol como si fuera responsable, está destinada a captar la atención de los apóstoles y cuando pase con ellos por el mismo lugar al día siguiente, les dará su enseñanza sobre el poder de la fe.

Mc 11,15

El Templo, o la Casa de Dios, designaba todo el campo sagrado. Se iba atravesando sucesivamente por el patio de los no judíos y por el patio de las mujeres, que estaban situados en la parte baja y de donde no se veía nada; luego se llegaba al patio de los hombres y finalmente al de los sacerdotes. Allí se elevaba el edificio principal, el Santuario. Alrededor de todo ese terreno y en medio de corredores se elevaban los pórticos que daban sombra, y los edificios auxiliares que correspondían en parte a las salas de descuartizamiento y a las cocinas que eran necesarias para preparar las carnes de los animales sacrificados.

Jesús no entró en el Santuario, reservado a los sacerdotes; todo ocurrió en los atrios y segu-ramente tuvo problemas con los levitas guardia-nes del Templo.

Mc 11,17

Mientras Juan enfatiza el aspecto pro-fético de la palabra de Jesús: “Destruyan ese Templo...” (Jn 2,19), Marcos se fija en la purificación del Templo.

Un verdadero mercado se había instalado al sur de la explanada y los vendedores empe-zaban a invadir los patios, lo que no favorecía la oración y el culto. Los sacerdotes se habían acostumbrado a todo esto, y el jefe de los sacerdotes, Caifás, recibía buenas entradas económicas con las autorizaciones que daba para vender en el terreno del templo.

Jesús no era sacerdote ni guardia del templo. Pero ese templo era la casa de su Padre. Por eso se hizo un látigo con cuerdas y los echó fuera a todos.

Casa de oración para todas las naciones (Is 56,7). Eran precisamente los patios destinados a los extranjeros los que ocupaban los vendedores.

Mc 11,20

A diferencia de Mateo, según el cual la higuera se seca inmediatamente, Marcos sitúa el hecho al día siguiente. En este caso como en muchos otros, intérpretes racionalistas afirman que la tradición posterior inventó este prodigio para ilustrar la parábola de la higuera estéril (Lc 13,6); ¿por qué no preguntan a personas del tiempo presente que fueron testigos de hechos muy parecidos?

Mc 11,23

Si no duda. Véase lo mismo en Stgo 1,6. Jesús se refiere en forma más precisa a «la fe que hace milagros» (ver 1Cor 12.10; 13,2). Jesús no dice que esta fe será dada a todos y en todo momento; no obstante, innumerables cristianos han tenido experiencia de ella. Una certeza íntima da la convicción de que Dios quiere hacer un milagro, y la persona ordena sin vacilar que se produzca; entonces todo se hace posible, incluso lo que muchos se niegan a pensar.

Mc 11,24

De un modo más general Jesús nos invita a pedir con fe y perseverancia hasta conseguir de Dios la certeza de que nuestra oración ha sido escuchada, o al revés, la seguridad de que lo que pedíamos no era lo bueno o no era la voluntad de Dios.

El que ama humildemente a Dios comprende que Dios lo quiere levantar en sus apuros; por eso pide con fe, porque sabe que Dios le quiere escuchar.

Nos cuesta pedir cosas grandes o que se puedan comprobar, porque si Dios se niega a concedérnoslas, ¿cómo seguiremos confiando? Es muy hermoso no pedir a Dios más que «su gracia», pero muchos actúan así, no tanto por aprecio a la vida interior cuanto por miedo a no ver una respuesta concreta. Los que se juegan totalmente por el Evangelio se atreven a pedir a Dios cosas imposibles, obedeciendo a las sugerencias muy discretas del Espíritu de Dios.

Mc 11,25

Perdonar para ser escuchado: véase lo mismo en 1P 3,7. Las personas que tienen un carisma para obrar curaciones empiezan ayudando al enfermo a que perdone a los demás, a que pida perdón por sus propios errores, a que deponga los rencores que puede guardar contra sí mismo por fracasos pasados: solamente entonces podrá actuar libremente la gracia de sanación.

Mc 11,27

Hay que dejar de lado las imágenes negativas que a menudo se tienen de las autoridades religiosas de la época de Jesús. La mayoría de los sacerdotes eran personas pobres y de fe; aquellos con los que Jesús se encuentra en el templo eran los oficiales de la guardia que vigilaban el orden en los patios del templo y uno de los de más alto rango era el jefe del templo.

A no ser que los responsables del orden hubieran recibido una revelación especial, era normal que se opusieran a Jesús que venía a inaugurar un nuevo orden; lo mismo pasaría actualmente en el Vaticano sin que hubiese en ello pecado.

El problema se debía a que los sacerdotes se habían limitado a mantener el orden del culto y a resolver los mil inconvenientes que surgían de la coexistencia con los romanos. No se habían interesado por los movimientos religiosos que habían tenido lugar en el sector del Jordán. Juan Bautista y los otros bautistas constituían un movimiento paralelo que conmovía al pueblo entero, pero ellos no quisieron o no se atrevieron a tomar una posición.

¿Debemos condenarlos? ¿Cómo se iban a inclinar ante Juan Bautista, vestido de pieles y que se alimentaba de langostas silvestres y cómo iban a atreverse a pedirle el bautismo? Pero entonces, ¿qué autoridad tenían para interrogar a Jesús, cuya acción prolongaba la de Juan?

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