2 ¡Aviven a Dios, nuestra fuerza,
aclamen al Dios de Jacob.
3 Entonen los salmos y toquen los tambores,
la melodiosa cítara y la lira!
4 Que suene el cuerno para el primero del mes,
para la luna llena, el día de nuestra fiesta.
5 Pues es una ley en Israel,
una ordenanza del Dios de Jacob;
6 un decreto que impuso a José,
cuando salió de la tierra de Egipto.
Oyó, entonces, una voz desconocida:
7 «Yo quité la carga de su espalda,
sus manos han dejado la canasta.»
8 En la angustia gritaste y te salvé,
te respondí en el secreto de la nube,
te puse a prueba en las aguas de Meribá:
9 «Escucha, pueblo mío, te lo advierto,
ojalá me escucharas, Israel:
10 No tengas en tu casa un dios extraño,
ni te prosternes ante un dios de afuera:
11 Yo soy Yavé, tu Dios,
que te hice subir de la tierra de Egipto.
Abre tu boca y te la llenaré».
12 Pero mi pueblo no me quiso oír,
e Israel no me obedeció.
13 Los dejé, pues, que siguieran sus caprichos
y caminaran según su parecer.
14 «Ah, si mi pueblo me escuchara,
si Israel fuera por mis caminos,
15 sometería en un instante a sus enemigos,
volvería mi mano contra sus opresores.
16 Los enemigos del Señor le adularían
y su espanto jamás terminaría.
17 Pero a él, con flor de trigo lo alimentaría
y con miel de la roca lo saciaría».
El salmo recuerda al pueblo cómo Dios se dio a conocer y le entregó su alianza en el momento en que lo sacaba de Egipto.
Dios recuerda el mensaje que dio en Sinaí. Prometió que llenaría la boca de sus fieles de alimentos y de sabiduría.
Abre tu boca y te la llenaré. Es una expresión hebraica: el discípulo abre su boca para recibir (o para comer) las palabras de su maestro. Deberá guardarlas en su boca, es decir, ser capaz de repetirlas de memoria (Deut 30,14). A mi pueblo lo alimentaría con flor de harina.
Aquí conviene recordar todo lo que Jesús, pan de vida, dice en Juan 6.
Israel, ¿por qué sigues en tierra de enemigos y envejeces en un país extraño donde convives con hombres impuros y te cuentan entre los que van al abismo? Es que dejaste la fuente de la Sabiduría. Si hubieras seguido el camino de Dios, sería la paz tu morada para siempre. (Bar 3, 10-13.)