1 Júzgame, Señor, y ve que seguí la senda de los perfectos. En el Señor me apoyaba y por eso no me desviaba.
2 Revísame, Señor, y ponme a prueba; pon en el crisol mi conciencia, mi corazón.
3 Tu amor lo tengo ante mis ojos y tomo en cuenta tu fidelidad.
4 Con hombres tramposos no me siento ni me meto con los hipó critas.
5 Aborrezco el partido de los malos y con los malvados no me siento.
6 Lavo mis manos, que están limpias, y en torno a tu altar voy caminando, 7 mientras entono mi acción de gracias y recuerdo tus obras admirables.
8 Señor, cuánto amo la casa en que moras, y el lugar donde reside tu gloria.
9 No me confundas con las almas pecadoras; que no tenga mi vida el fin de los violentos, 10 cuyas manos están manchadas y cuyos bolsillos se llenan con sobornos.
11 Y a mí, como busco ser perfecto, rescátame, Señor, ten piedad de mí.
12 Mis pies pisan en terreno llano, bendeciré al Señor en las asam bleas.
Lavo mis manos. Era un acto litúrgico; aquí es una manera de expresar que uno está libre de culpas.
A continuación se leerá una oración de San Anselmo (siglo XI) para pedir la «justicia» verdadera:
Dame un alma pura, recta, fiel, un conocimiento verdadero y práctico, con el amor de tus mandamientos y la facilidad para cumplirlos, de tal manera, Señor, que pueda progresar sin cesar con humildad en el camino de lo mejor y no fallar jamás.
No me abandones, Señor, a mi sola voluntad, ni a la ignorancia o a la debilidad humana, ni a mis méritos, ni a nada que no sea tu cuidadosa Providencia.
Que por mí y en mí se cumpla siempre solamente tu santa voluntad.