1 Palabra del Señor a mi señor:
«¡Siéntate a mi derecha
y ve cómo hago de tus enemigos
la tarima de tus pies!»
2 Desde Sión extenderá el Señor
el cetro de tu mando:
domina en medio de tus enemigos.
3 «Tuyo es el principado
desde el día de tu nacimiento;
de mí en el monte sagrado tú has nacido,
como nace el rocío de la aurora».
4 Juró el Señor y no ha de retractarse:
«Tú eres para siempre sacerdote
a la manera de Melquisedec».
5 A tu diestra está el Señor,
aplasta a los reyes en el día de su cólera;
6 juzga a las naciones; está lleno de cadáveres,
y de cabezas rotas a lo ancho de la tierra.
7 El bebe del torrente, en el camino,
por eso levanta su cabeza.
Es muy probable que este salmo haya sido escrito para Simón Macabeo; véase el comentario sobre Melquisedec en Hebreos 7. Pero, tal vez sin quererlo, lo dejaron lleno de un mensaje profético, y ahora no podemos leerlo sin que lo refiramos a Cristo.
Palabra del Señor a mi Señor. A veces nos parece que estamos encerrados en los problemas de la vida como en una cárcel. Este salmo breve es como un relámpago que ilumina la cárcel y nos muestra una puerta de salida inesperada, hacia arriba.
A pesar de ciertas expresiones oscuras —debidas a su antigüedad—, tiene un sentido general bien claro: vendrá un hombre desde Sión que, así como lo indican las expresiones belicosas de los versículos 5-6, luchará victoriosamente contra todas las fuerzas hostiles.
El bebe del torrente, en el camino: es sin duda una alusión a Jueces 7,4: los guerreros que han sabido salir airosos de la prueba. El combate será difícil pero al final Dios lo invitará a sentarse a su derecha y todo se le someterá.
Melquisedec es el misterioso personaje del Génesis (14,18) cuyos antecedentes se ignoran totalmente, pero a quien Abrahán ofrece la décima parte de sus conquistas. Con Melquisedec, rey y sacerdote, ya tenemos a Cristo (Heb 7).