SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

Huesos secos, escuchen la palabra de Yavé

1 La mano de Yavé se posó sobre mí. Yavé me hizo salir por medio de su espíritu. Me depositó en medio de un valle, que estaba lleno de huesos humanos. 2 Me hizo recorrer el valle en todos los sentidos; los huesos esparcidos por el suelo eran muy numerosos, y estaban completamente secos.

3 Entonces me dijo: «¿Hijo de hombre, podrán revivir estos huesos?» Respondí: «Yavé, tú lo sabes.» 4 Me dijo: «Profetiza con respecto a estos huesos, les dirás: ¡Huesos secos, escuchen la palabra de Yavé! 5 Esto dice Yavé a estos huesos: Haré que entre en ustedes un espíritu, y vivirán. 6 Pondré en ustedes nervios, haré que brote en ustedes la carne, extenderé en ustedes la piel, colocaré en ustedes un espíritu y vivirán: y sabrán que yo soy Yavé.»

7 Hice según lo que se me había ordenado y, mientras profetizaba, se produjo una gran agitación: los huesos se acercaron unos a otros. 8 Miré: vi cómo se cubrían de nervios, brotaba la carne y se extendía sobre ellos la piel. Pero no había en ellos espíritu.

9 Entonces me dijo: «¡Profetiza, hijo de hombre, llama al Espíritu! Dirás al Espíritu: Esto dice Yavé: ¡Espíritu, ven desde los cuatro vientos, sopla sobre estos muertos para que vivan!» 10 Profeticé según la orden que había recibido y el espíritu entró en ellos; recuperaron la vida se levantaron sobre sus pies: era una multitud grande, inmensa.

11 Yavé me dijo entonces: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ahora dicen: «Nuestros huesos se han secado, nuestras esperanzas han muerto, hemos sido rechazados.» 12 Por eso, profetiza. Les dirás esta palabra de Yavé: «Voy a abrir las tumbas de ustedes, oh pueblo mío, haré que se levanten de sus tumbas y los traeré de vuelta a la tierra de Israel. 13 Entonces, cuando haya abierto sus tumbas y los haya hecho levantarse, sabrán que yo soy Yavé. 14 Pondré en ustedes mi Espíritu y vivirán; los estableceré en su tierra y sabrán que yo, Yavé, lo dije y lo hice, palabra de Yavé.»

15 Se me comunicó esta palabra de Yavé: 16 «Hijo de hombre, toma un trozo de madera y escribe en él: “A Judá y a los hijos de Israel que se han reunido con él.» Tomarás después otro trozo de madera y escribirás encima: “A José.” Esa será la madera (de Efraín y) de toda la casa de Israel que se ha reunido con él. 17 Luego, juntarás los dos para que formen en tu mano una sola pieza.

18 Cuando los hijos de tu pueblo te digan: “¿Nos vas a explicar lo que eso significa?” les 19 responderás: “Esto dice Yavé: Me dispongo a tomar la madera de José junto con las tribus de Israel que se le han unido; los juntaré con la madera de Judá y formarán una sola cosa en mi mano.”

20 Tendrás en tu mano ante sus ojos los trozos de madera en los que hayas escrito 21 y les dirás de parte de Yavé: Sacaré a los hijos de Israel de las naciones adonde partieron, los reuniré de todas partes y los juntaré en su tierra. 22 Haré de ellos una sola nación en mi país en las montañas de Israel; un único rey reinará sobre todos ellos, ya no serán más dos naciones, ni estarán más separados en dos reinos. 23 No se ensuciarán más con sus inmundos ídolos, porque los libraré de sus pecados y de todas sus rebeldías y los purificaré; serán mi pueblo y yo seré su Dios.

24 Sobre ellos reinará mi servidor David, y tendrán todos un solo pastor. Entonces caminarán según mis mandamientos, observarán mis leyes y las pondrán en práctica. 25 Vivirán en esa tierra que di a mi servidor Jacob, esa tierra en que han vivido. Vivirán en ella para siempre, ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos; y mi servidor David será su príncipe para siempre.

26 Firmaré con ellos una alianza de paz, una alianza conmigo para siempre; pondré en medio de ellos mi santuario para siempre. 27 Mi morada permanecerá por encima de ellos, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

28 Cuando mi santuario esté en medio de ellos para siempre, las naciones sabrán que yo soy Yavé quien santifica a Israel.»

  • Isaías 40,1
  • Isaías 54,7
  • Génesis 2,7
  • Apocalipsis 11,11
  • Salmos 104,30
  • Carta a los Romanos 8,11
  • Jeremías 3,18
  • Evangelio según Juan 10,16
  • Carta a los Hebreos 13,20
  • Apocalipsis 21,3
Ez 37,3

¿Podrán revivir estos huesos? Esta página anuncia la restauración de Israel, muerto en todos los sentidos de la palabra.

Los huesos estaban completamente secos (2). Los huesos secos y dispersos representan a Israel desterrado y dispersado. Durante largos años, habían creído que Dios manifestaría su gloria al mundo dándoles prosperidad y liberaciones milagrosas. Pero ésos no eran más que sueños humanos. El plan de Dios comtemplaba la educación de su pueblo mediante siglos de luchas, de errores y de sufrimientos. Los mismos pueblos, como las personas, no pueden alcanzar su madurez verdadera sin pasar por la muerte de su orgullo y de sus pretensiones. Es entonces cuando Dios manda la palabra que hace levantar a los muertos.

Colocaré en ustedes un espíritu y vivirán (6). Primero Dios mandó a sus profetas. La palabra de ellos, que poco se escuchó mientras vivían, cayó en tierra como semilla. Y, después de algunos años, surgirán minorías que volverán a levantar la nación con Esdras y Nehemías.

Cuando hablamos nosotros de resurrección, siempre pensamos en la resurrección de las personas. De ella habla Juan 5,25-28, y muestra cómo Cristo llama a los muertos para que se levanten del pecado o de la muerte. Pero la historia nos muestra también que Dios ha resucitado a su pueblo, no una sino varias veces, e incluso lo comprobamos en la historia actual de nuestra Iglesia.

Ez 37,15

El «pecado original» de la nación judía había sido su división desde la muerte de Salomón. En el Israel restaurado la división será suprimida y sanada: habrá una sola nación y un solo pastor (ver eso en Jn 10,16).

Aun después de que volvieron de Babilonia los desterrados, Israel comprendió que le faltaba todavía reunir a sus hijos que habían emigrado a todas las naciones del mundo. Luego, Jesús se propuso reunir a todos los dispersos hijos de Dios (Jn 11,52); pues no vino sólo para los judíos, sino también para los que pertenecen a otros rebaños (Jn 10).

En el plan de Dios, reunir no significa traer a todos los hombres a una misma tierra, o imponerles una sola ley. Se trata más bien de que serán un solo cuerpo extendido por toda la tierra, respetando la originalidad de cada cultura, pero aceptando todos perseguir una misma meta. Una tal unidad es un don de Dios, y si bien la buscamos todos, alcanzarla significaría que hemos llegado al fin de la historia terrenal.

Mientras tanto, la Iglesia, por ser el Nuevo Pueblo de Dios según la verdad, debe ser una, aun en su estructura visible. Dividirse sería volver al pecado de Jeroboam.

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