SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

Las infidelidades de Israel

1 Se me comunicó una palabra de Yavé: «Anda y grita a los oídos de Jerusalén»: 2 Así dice Yavé:

«Aún me acuerdo de la pasión de tu juventud, de tu cariño como de novia, cuando me seguías por el desierto, por la tierra sin cultivar.»

3 Israel era la cosa sagrada de Yavé, la parte mejor de su cosecha. Quien comiera de sus frutos tenía que pagar y pronto le venía la desgracia, palabra de Yavé.

4 Gente de Israel, con todas sus familias, escuchen lo que dice Yavé: 5 ¿Acaso sus padres me hallaron desleal, para que se alejaran de mí? Pues se fueron a cosas despreciables y, con esto, se hicieron despreciables.

6 Ya no preguntan: ¿Dónde está Yavé, que nos hizo salir de Egipto y nos llevó a través del desierto, tierra de estepas y barrancas, tierra árida y tenebrosa, tierra sin habitantes y por donde no transita nadie?

7 Yo soy quien los condujo al jardín de la tierra para que gozaran sus bienes y comieran los mejores frutos. Pero apenas llegaron a mi país, lo profanaron, y mancharon mi herencia.

8 Los sacerdotes ya no se preguntan: ¿Dónde está Yavé? ¡Los dueños de mi enseñanza no me conocen! Los pastores de mi pueblo se rebelaron contra mí, y los profetas consultaron a dioses inútiles, dando respuestas en nombre de Baal.

9 Por eso, les he metido pleito a esa gente, palabra de Yavé, y aún lo seguiré con los hijos de sus hijos.

10 Vayan, pues, a las islas y miren, manden al país de Quedar y pregunten para saber dónde pasó algo igual que aquí. 11 ¿Qué nación cambió sus dioses? —aunque en verdad no son dioses—. Y mi pueblo cambia a su Dios glorioso por algo que no sirve.

12 Que los cielos se asombren y tiemblen espantados por eso, palabra de Yavé; 13 doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua.

14 ¿Acaso yo te había hecho esclavo, o te había sometido a algún dueño? ¿Por qué, pues, ahora saquean a Israel? 15 Contra ti han rugido leones, tu tierra ha sido desolada, tus ciudades, incendiadas y despobladas. 16 Hasta los egipcios de Nof y de Tajfanjes te han humillado.

17 ¿Acaso no sucedió esto porque has abandonado a Yavé, tu Dios, que te indicaba el camino?

18 ¿Para qué llamas a Egipto?, ¿acaso te sanarán las aguas del Nilo? ¿Y para qué llamas a Asur?, ¿apagarán acaso tu sed las aguas del río?

19 Tus mismas faltas te castigan y tus infidelidades te condenan. Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé, tu Dios, y dejar de temerme a mí, palabra de Yavé Sabaot.

20 Hace tiempo que has quebrado el yugo, soltándote de sus lazos. Tú dijiste: «Yo no quiero servir.» Y sobre cualquier loma, bajo cualquier árbol frondoso, te tendías como una prostituta.

21 Yo te había plantado como una parra fina. ¿Cómo has pasado a ser para mí viña degenerada? 22 Aunque te laves, te limpies y te restriegues, ante mí no desaparecerá la mancha de tus faltas, palabra de Yavé.

23 Todavía te atreves a decir: «No estoy manchada, no he ido tras los baales.» Mira en el valle las huellas de tus pasos, y reconoce lo que has hecho, camella fácil, que va coqueteando por los caminos; 24 burra salvaje suelta en el desierto, que en el ardor de su pasión olfatea el viento.

¿Quién calmará su celo? 25 El que la busca sabe dónde encontrarla. Pero tú dices: «¡No, déjame!, a mí me gustan los extranjeros y tras ellos quiero ir.»

Los crímenes de Jerusalén

26 Así como se avergüenza un ladrón cuando lo pillan,

así se avergonzarán los hombres de Israel,

ellos, sus reyes y sus jefes,

sus sacerdotes y sus profetas,

27 que dicen a un palo: «Tú eres mi padre»,

y a una piedra: «Tú me diste la vida.»

Ellos me dan la espalda,

en vez de mostrarme su cara.

Pero cuando les pase una desgracia,

gritarán diciéndome: «¡Levántate, sálvanos!»

28 Pues, ¿dónde están tus dioses que tú mismo hiciste?

¡A ver si te salvan en el tiempo de tu desgracia!

Porque tus dioses, pueblo de Judá,

son tan numerosos como tus ciudades.

29 ¿Por qué quieren ustedes meterme en pleito,

cuando todos ustedes me han traicionado?, dice Yavé.

30 Inútilmente he corregido a sus hijos,

ya que nadie me ha hecho caso.

La espada, más feroz que un león,

ha devorado a sus profetas, pero no entendieron.

31 ¿He sido yo para Israel un desierto

o una tierra cubierta de espinos?

¿Por qué, entonces, dice mi pueblo:

«Nos apartamos de ti,

no queremos verte más?»

32 ¿Puede una joven olvidarse de sus adornos

o una novia de su cinturón?

Y, sin embargo, mi pueblo me ha olvidado,

hace ya mucho tiempo.

33 Qué bien andaban tus pies en busca de amor.

Conoces todos los caminos, aun los del crimen.

34 Mira tus manos manchadas con sangre,

no de bandidos sorprendidos en el crimen

sino que de inocentes.

35 Sin embargo, dices: «Soy inocente

¿por qué no se aparta de mí la ira de Yavé?»

Pues bien, aquí te voy a rebatir: Sí, tú pecaste.

36 ¿Hasta dónde no correrás? Pero será en vano:

como te engañó Asur también te engañará Egipto.

37 También de ahí saldrás con las manos en la cabeza,

porque a Yavé no le gustan aquellos en que confías,

y no te irá bien con ellos.

  • Ezequiel 16,60
  • Deuteronomio 2,7
  • Deuteronomio 8,4
  • Oseas 2,16
  • Salmos 105,14
  • Segundo Libro de los Reyes 17,15
  • Sabiduría 13,1
  • Deuteronomio 32,10
  • Levítico 10,11
  • Números 27,21
  • Ezequiel 7,26
  • Oseas 4,6
  • Miqueas 3,11
  • Salmos 106,20
  • Carta a los Romanos 1,23
  • Isaías 1,2
  • Oseas 10,10
  • Oseas 17,13
  • Evangelio según Juan 4,10
  • Baruc 3,12
  • Deuteronomio 4,6
  • Proverbios 1,7
  • Deuteronomio 12,2
  • Primer Libro de los Reyes 14,23
  • Isaías 1,29
  • Oseas 4,14
  • Evangelio según Mateo 11,30
  • Salmos 80,9
  • Isaías 5,1
  • Segundo Libro de los Reyes 23,10
  • Deuteronomio 32,37
  • Isaías 2,8
  • Isaías 1,20
  • Isaías 30,3
  • Segundo Libro de Samuel 13,19
Jer 2,1

Los capítulos 2-6, fuera del párrafo 3,6-18, contienen la predicación de Jeremías en los primeros años que siguieron a su vocación. Después de los reyes impíos Manasés y Amón era bien poca la inquietud religiosa; Jeremías se levanta en forma atrevida contra la indiferencia común. Su lenguaje se parece al de Oseas que, un siglo antes, en el Reino del Norte, había hablado en circunstancias semejantes. Para los israelitas, Yavé es Dios o un Dios, pero no alguien que vive. Para Jeremías es el Padre y el Esposo.

Aún me acuerdo de la pasión de tu juventud. Se notará la añoranza del tiempo del desierto, con Moisés o antes de él. El pueblo iba errante y pobre, pero confiado en Yavé y socorrido por él. Al construir su casa, al plantar su viña y tener familia, el israelita se hace rico y olvida a su bienhechor. «Uno no puede servir a dos patrones.» Yavé se presenta como el Esposo celoso: esos hombres, tan pronto satisfechos, no han descubierto su amor apasionado.

Mi pueblo cambia a su Dios glorioso por algo que no sirve (11). Jeremías piensa en sus contemporáneos, que se han dejado conquistar por las promesas de vida fácil de los cananeos o de los asirios; se sienten seguros con dioses pintados que no hablan de justicia; son ávidos de predicciones, y corren tras cualquier novedad.

Me han abandonado a mí..., manantial de aguas vivas. El abandono de Yavé reviste tres formas:

—Los dirigentes dejaron de buscar su voluntad, tanto ellos como sus jefes. Se nombran las tres clases de autoridades de Judá: sacerdotes, pastores (o sea, gobernantes) y profetas.

—Restablecieron los cultos de los falsos dioses, a los que se hacen sacrificios y votos para tener buenas cosechas.

—Se aliaron con pueblos poderosos, como Asiria o Egipto, pensando asegurar así su existencia, y sin ver que tales alianzas los llevaban a ser un pueblo como todos los demás. Su vocación era permanecer confiados en Yavé, sabiendo que, si realizaban la justicia en el pueblo, él nunca los abandonaría. Ver comentario de Isaías 30,22.

Reconoce y comprueba cuán malo y amargo resulta abandonar a Yavé, tu Dios (19). Puede ser que Jeremías y los profetas hayan tenido una visión demasiado simple de la justicia de Dios en este mundo. Sabemos que prosperidad o desgracia no son pruebas seguras de que vivamos bien o mal. Sin embargo, el que reflexiona sobre su vida y sobre la historia, comprueba la palabra de Jeremías: el pecado trae siempre su castigo. Casi todos los sufrimientos que han tenido nuestros pueblos, los tienen bien merecidos.

Mira tus manos manchadas con sangre de inocentes (34). En muchos lugares de la Biblia se habla de los niños sacrificados a los ídolos.

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